En tiempos donde las guerras se disfrazan de progreso y las inversiones de saqueo, hay películas que logran poner el dedo en la llaga sin panfletos ni discursos grandilocuentes. Mr. Pip (2012), dirigida por Andrew Adamson y basada en la novela de Lloyd Jones, es una de esas. No se limita a contar la historia de una niña y su amor por la literatura, sino que desvela, con una belleza casi insoportable, la brutalidad con la que los intereses del capital global destruyen la vida de pueblos indefensos.
La historia transcurre en Bougainville, Papúa Nueva Guinea, durante un conflicto real y silenciado: el levantamiento del pueblo contra la explotación minera de la empresa Rio Tinto y la represión violenta que sufrió a manos del gobierno central, armado y financiado por quienes no estaban dispuestos a perder sus ganancias.
En medio del asedio militar, Mr. Watts —el último blanco que queda en el pueblo— decide enseñar a los niños con Grandes Esperanzas de Dickens. Matilda, una joven sensible, se deja interpelar por Pip, el huérfano que intenta reconstruirse. Pero en este lugar, la esperanza no es suficiente. La guerra, la codicia y la ignorancia armada lo devoran todo.
Una de las escenas más atroces y simbólicas de la película ocurre cuando los soldados, convencidos de que “Mr. Pip” es un guerrillero, comienzan a interrogar y castigar sin piedad a la comunidad. La violencia no se detiene en el asesinato: los cuerpos despedazados de los inocentes son arrojados a los puercos, como si ni siquiera merecieran una tumba. Cuando los aldeanos, más tarde, intentan enterrar los restos, deben hacerlo junto a los cerdos muertos. La indignidad es total. No solo matan: profanan, mezclan, degradan. La vida humana se vuelve desecho.
Esto no es simple barbarie sin sentido. Es el rostro del neocolonialismo cuando se encuentra con resistencia. Las multinacionales, respaldadas por gobiernos cómplices y ejércitos sin alma, han convertido a muchos pueblos del sur global en zonas de sacrificio. No son guerras “entre ellos”. Son guerras provocadas por los que se benefician de la sangre ajena. Por quienes desde consejos directivos a miles de kilómetros, firman contratos que valen más que una comunidad entera.
Pero incluso en medio de ese infierno, la imaginación resiste. La literatura no puede detener las balas, pero sí puede darle sentido a la pérdida. Matilda, con su voz serena y sus ojos abiertos al horror, nos recuerda que hay una humanidad que sobrevive incluso cuando se la quiere enterrar junto a los animales.
Mr. Pip no consuela. Denuncia. No embellece. Desnuda. Es una obra necesaria para quienes quieren comprender cómo opera el saqueo global, cómo se destruyen las bases de la autonomía, la dignidad y la paz de pueblos indefensos, y cómo, a veces, la única arma disponible es la memoria.
Lecturas y caminos para no olvidar
- Bougainville, la historia real: Investiga el conflicto de Bougainville y la actuación de Rio Tinto. No fue una ficción: fue un genocidio encubierto por el silencio mediático.
- Literatura como resistencia: Lee Grandes Esperanzas de Charles Dickens y reflexiona cómo su narrativa de superación resuena en contextos de exclusión y violencia.
- Actúa localmente: Exige responsabilidad ética a las empresas que operan en tu país. Pregunta siempre: ¿de dónde vienen sus ganancias? ¿a costa de quién?
- Escucha otras voces: Busca relatos escritos por pueblos originarios, por comunidades desplazadas, por quienes no suelen tener micrófono. Porque, como en Mr. Pip, a veces el único testimonio que queda es el de quienes aprendieron a narrar para no volverse locos.