La tesis clásica según la cual la corrupción de los mejores es la peor corrupción, aplicándola al ámbito religioso en su rol social. Se analiza cómo, cuando lo sagrado es instrumentalizado por estructuras de poder, su degeneración no solo pervierte las instituciones religiosas, sino también los fundamentos simbólicos y éticos del bien común. A través de enfoques antropológicos, filosóficos y teológicos, se revisan tanto los aportes como las críticas contemporáneas a la religión institucional, incluyendo autores como René Girard, Charles Taylor, Giorgio Agamben, Leonardo Boff y John Milbank.
La paradoja de lo sagrado corrompido
La conocida frase corruptio optimi pessima (la corrupción de lo mejor es la peor de todas) remite al escándalo ontológico y social que provoca la traición de aquello que debía ser fuente de bien. Cuando el símbolo de lo más elevado —lo sagrado, lo divino, lo espiritual— se convierte en instrumento de opresión, exclusión o manipulación, la confianza en el bien común se tambalea.
Este artículo explora esa dinámica en el ámbito de lo religioso, considerando su función antropológica como generador de sentido, su papel filosófico como garante de orden simbólico y su dimensión teológica como lugar de revelación y transformación.
Religión y poder: una relación ambivalente
Desde sus orígenes, la religión ha estado entrelazada con el poder. Según Giorgio Agamben, la liturgia fue una de las primeras formas de organización del cuerpo social, y lo sagrado delimita lo que se puede y no se puede hacer en comunidad (Homo sacer, 1998). Sin embargo, la religión también ha sido una fuente de resistencia al poder injusto, como en los profetas bíblicos o en movimientos de liberación.
René Girard, en Violencia y lo sagrado (1972), muestra que el sacrificio ritual surge como mecanismo para canalizar la violencia social, desviándola hacia una víctima chivo expiatorio. Cuando este mecanismo se institucionaliza sin autocrítica, la religión deja de purificar la violencia y la legitima como sagrada, transformándose en ideología.
Tolerancia y exclusión: el límite liberal
Un caso paradigmático es el de John Locke, considerado uno de los padres del pensamiento liberal. En su Carta sobre la tolerancia (1689), defendió la libertad religiosa… con excepciones. Excluyó explícitamente a los ateos, por considerarlos incapaces de comprometerse moralmente sin Dios, y a los católicos (papistas), por su supuesta lealtad política al Papa antes que al Estado.
Este límite revela un punto clave: incluso la tolerancia moderna puede excluir cuando la religión se percibe como amenaza al pacto civil. La religión, en lugar de integrarse al diálogo democrático, se convierte en sospechosa de deslealtad o fanatismo.
La religión como constructora del bien común
A pesar de estos riesgos, la religión sigue siendo una fuerza social poderosa. Como señala Charles Taylor en Una era secular (2007), incluso en contextos postseculares, las cosmovisiones religiosas ofrecen sentido, comunidad y horizonte moral. Lo religioso no desaparece, sino que cambia de forma y función, y puede enriquecer el diálogo público si renuncia al poder coercitivo.
Autores como Leonardo Boff y Ivone Gebara han insistido en que la espiritualidad liberadora tiene un papel crucial en los pueblos latinoamericanos: restaurar la dignidad de los marginados y actuar como crítica profética ante el poder político y económico.
El proyecto teológico de John Milbank (Radical Orthodoxy) también propone una crítica profunda al secularismo, insistiendo en que solo una teología que confronte las estructuras del poder mundano puede renovar el espacio público.
Corrupción religiosa y escándalo ético
Cuando líderes religiosos se alinean con intereses políticos o económicos, o encubren abusos (como en los casos de pederastia clerical), la traición no es solo personal ni institucional: es estructuralmente simbólica. El antropólogo David Graeber lo diría así: se pervierte el “crédito moral” que una sociedad otorga a sus guías espirituales.
La teología política contemporánea exige volver al discernimiento de los signos de los tiempos: ¿qué tipo de Iglesia o comunidad religiosa está al servicio del bien común y cuál se ha convertido en estructura de pecado?
Hacia una ética pública de lo sagrado
El camino hacia una convivencia plural exige que la religión: Se desprenda del privilegio institucional. Sea autocrítica frente a su historia de exclusión y violencia. Participe en el diálogo público desde sus convicciones, no para imponerlas, sino para enriquecer el horizonte ético de la comunidad.
El papa Francisco, en Fratelli tutti, afirma que la fe auténtica lleva al compromiso con la justicia, no al fanatismo ni al repliegue tribal. La teología, por tanto, no puede ser cómplice del poder que corrompe, sino memoria viva del Dios que libera.
Cuando lo sagrado se corrompe, no solo se desvanece una institución: se hiere la esperanza humana. En un mundo fragmentado por intereses y manipulaciones, la religión —cuando es fiel a su fuente— puede seguir siendo un faro de comunidad, dignidad y verdad.
Pero si se convierte en instrumento de exclusión o corrupción, su decadencia es peor que la de cualquier poder secular, porque destruye el alma de lo común. En esa tensión se juega su rol en el mundo contemporáneo.
Bibliografía
- Agamben, Giorgio. Homo Sacer: El poder soberano y la nuda vida. Pre-Textos, 1998.
- Boff, Leonardo. Iglesia: carisma y poder. Sal Terrae, 1981.
- Gebara, Ivone. Rompiendo el silencio. Dabar, 1997.
- Girard, René. Violencia y lo sagrado. Anagrama, 1972.
- Locke, John. Carta sobre la tolerancia. Alianza, 1999.
- Milbank, John. Theology and Social Theory: Beyond Secular Reason. Blackwell, 1990.
- Taylor, Charles. A Secular Age. Harvard University Press, 2007.
- Francisco, Papa. Fratelli tutti. 2020.