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La sinodalidad, como nos recuerda el Papa Francisco, es “el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”. Pero ¿qué significa esto en la vida concreta de nuestras comunidades? Significa formar una Iglesia que camina junta, donde todos tienen voz y donde el Espíritu Santo habla a través de cada bautizado. Y uno de los grandes desafíos de este camino es enseñar a hablar… y enseñar a escuchar.

Durante siglos, muchas comunidades cristianas han vivido en una estructura vertical, donde solo unos pocos hablan y deciden, y el resto obedece en silencio. Esto ha generado miedo, sumisión y desconfianza. La sinodalidad, en cambio, nos invita a cambiar esa lógica y a construir una Iglesia donde cada uno pueda compartir lo que vive, lo que sueña, lo que sufre, y donde todos aprendamos a escuchar sin prejuicio, con respeto y con fe.

El Papa lo ha dicho con fuerza: una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha. Escuchar no es solo oír. Es acoger, discernir, acompañar. Y esta escucha se da en tres niveles: a Dios en la oración y la Palabra; al Pueblo de Dios en sus clamores y esperanzas; y entre nosotros, en la vida de comunidad.

El Documento Final del Sínodo sobre la Sinodalidad (octubre 2024) insiste en que esta escucha no puede ser una técnica o una estrategia pastoral. Es una forma de ser Iglesia. Muchas heridas y exclusiones en nuestra historia nacen por no haber escuchado. Personas marginadas, voces ignoradas, jóvenes desmotivados, mujeres silenciadas, pobres usados como decoración… Todo esto se supera con una auténtica sinodalidad.

Por eso, uno de los enemigos principales de este camino es el clericalismo. Una actitud –presente en clérigos y también en laicos– que bloquea la participación, que infantiliza al pueblo y que hace del poder un privilegio. El Papa ha sido muy claro: necesitamos una Iglesia menos piramidal y más circular, donde todos puedan contribuir.

Pero no basta con desearlo. Hay que formarse. La sinodalidad requiere aprender a hablar con libertad y a escuchar con el corazón. Por eso se proponen caminos muy concretos:

  • Crear espacios seguros, fraternos, donde nadie se sienta juzgado al hablar.
  • Formar en escucha activa: saber callar, no interrumpir, no corregir de inmediato, captar el corazón del otro.
  • Valorar el lenguaje sencillo y vital, no solo el teológico o académico.
  • Vivir momentos de oración compartida, donde se escuche también la voz del Espíritu en comunidad.
  • Acompañar procesos de participación real en las decisiones pastorales.

Todo esto no es una moda, es una exigencia del Evangelio. El Documento del Sínodo de 2024 habla de “ministerialidad sin exclusión”, de estructuras más transparentes, de cambiar mentalidades tanto en clérigos como en laicos. No se trata solo de consultar a la gente, sino de caminar con ellos, de discernir juntos, de corresponsabilizarse.

Enseñar a hablar y a escuchar no es una técnica de comunicación. Es un acto de fe. Es creer que el Espíritu Santo actúa en todos y que la verdad se construye en comunión. La sinodalidad no es una etapa, es un proceso permanente de conversión. Y solo será verdadera si transforma nuestras comunidades en espacios donde todos puedan hablar desde su experiencia de fe y todos sean escuchados con amor.

Como dijo el Papa en octubre de 2023: “Escuchar, hablar con libertad y dialogar con humildad: he aquí el camino sinodal”.

Sigamos caminando juntos.


Referencias recomendadas:

  • Francisco, Evangelii Gaudium (2013)
  • Discurso del Papa Francisco, 50º aniversario del Sínodo de los Obispos (2015)
  • Francisco, Episcopalis Communio (2018)
  • Documento Final del Sínodo sobre la Sinodalidad (2023 y 2024)
  • Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 12