Pertenecer a un grupo o una secta no garantiza al individuo, en modo alguno, tener una identidad. La identidad va más allá de ser parte de una etiqueta o un membrete; implica la intencionalidad y el uso efectivo de la voluntad, así como la práctica del razonamiento.

La identidad es un concepto complejo que se construye a lo largo de la vida y está influenciado por diversos factores, como las experiencias personales, los valores, las creencias y las elecciones individuales. Ser parte de un grupo puede proporcionar cierta sensación de pertenencia y una referencia social, pero no necesariamente garantiza al individuo haber desarrollado una identidad.

El desarrollo de una identidad requiere una exploración interna, la reflexión sobre los propios valores y creencias, y la capacidad de tomar decisiones informadas y racionales. La identidad se construye a través de la autenticidad, la autorreflexión y la capacidad de actuar de acuerdo con los propios principios y convicciones.

Los individuos al pertenecer a un grupo pueden gozar de ciertos beneficios sociales y emocionales, también es esencial mantener la individualidad y la autonomía en el proceso de formación de la identidad. La identidad verdadera se basa en la comprensión y el compromiso con uno mismo, más allá de las afiliaciones grupales.