La visita de Daniel Noboa a Otavalo en medio de paros y protestas no puede entenderse solo como un episodio aislado de rechazo social. Representa, más bien, la condensación de tres dinámicas profundas de la política ecuatoriana: la instrumentalización del poder, el racismo estructural y la cultura del mesianismo.
1. El poder como imposición y manipulación
El despliegue militar y policial en torno a su presencia no es un hecho menor. Más que proteger a un mandatario, simboliza un gobierno que percibe al pueblo como amenaza. El recurso a la fuerza y a la propaganda (medios pagados, comunicadores en busca de fama, discursos prefabricados) muestra la fragilidad de un poder que se mantiene no por legitimidad, sino por control.
2. Racismo y desprecio a los marginados
El señalamiento constante de los indígenas, campesinos y sectores populares como terroristas, mafiosos o gente de mal vivir revela la permanencia de una matriz colonial: quienes protestan son criminalizados porque no encajan en la visión “civilizada” del poder central. En Otavalo —símbolo de dignidad indígena y resistencia cultural— esta tensión se intensifica y convierte la protesta en un acto de reivindicación histórica frente al desprecio secular.
3. El mesianismo y el paternalismo político
La política ecuatoriana aún se sostiene en la expectativa de un “amo bueno” que reparta empleos, favores o compadrazgos. Noboa explota ese imaginario, reforzado por discursos religiosos y machistas, que naturalizan la subordinación. Pero al mismo tiempo, la reacción popular demuestra que ese esquema se resquebraja: la gente ya no solo reclama promesas, sino dignidad.
4. La huida en helicóptero: metáfora del vacío
El hecho de que el presidente tenga que retirarse en helicóptero, casi escondido, es más que un detalle anecdótico. Es la imagen del poder encapsulado, distante de la realidad, incapaz de caminar en medio de quienes dice gobernar. Un poder sin arraigo, sostenido apenas por aparatos represivos y por alianzas frágiles con élites recicladas.
Lo ocurrido en Otavalo no es solo un episodio de rechazo a un presidente. Es la expresión de un conflicto más hondo: el choque entre un país que aún funciona con lógicas de hacienda, paternalismo y exclusión, y un pueblo que, a pesar de los gases y la represión, sigue reclamando ser tratado como sujeto político, no como masa de carga.