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La crítica de Jesús a los fariseos ha sido tradicionalmente interpretada como una confrontación con un grupo religioso específico del judaísmo del siglo I. Sin embargo, el trasfondo histórico y sociológico muestra que lo que Jesús cuestiona no es únicamente un comportamiento individual, sino un modelo de vida socialmente legitimado.

1. La figura del fariseo como criterio de juicio

Los fariseos gozaban de reconocimiento en el pueblo. Su celo por la Ley, su minuciosa observancia y su autoridad moral hacían de ellos un referente. Como señala E. P. Sanders, “ser fariseo no significaba ser visto como hipócrita, sino como alguien ejemplar en la fidelidad a la Torá” (Sanders, Paul and Palestinian Judaism, 1977). De hecho, las comunidades no solo aceptaban su modo de vida, sino que lo esperaban como signo de piedad. La hipocresía, entendida como disonancia entre lo interior y lo exterior, no era percibida como tal: la apariencia de justicia era ya un criterio social válido.

2. La denuncia profética de Jesús

El discurso de Jesús en Mateo 23 es paradigmático: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!” (Mt 23,13). Aquí la hipocresía no es solo moral, sino teológica: encierra la revelación de Dios en una práctica que oculta su misericordia. Como afirma Joachim Jeremias, “Jesús no rechaza la Ley, sino la instrumentalización de la Ley que sustituye la conversión del corazón por la teatralización de la justicia” (Jerusalem in the Time of Jesus, 1969).

En este sentido, el mensaje de Jesús es disruptivo: desvela lo que la sociedad legitimaba como normal y lo redefine. No basta con aparentar, hay que ser. No basta con el rito, sino que se requiere justicia, misericordia y fidelidad (cf. Mt 23,23).

3. Un nuevo criterio de autenticidad

La propuesta de Jesús desplaza el centro del juicio religioso: no la aceptación social, sino la verdad del corazón ante Dios. “Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto” (Mt 6,6). Con ello, inaugura un horizonte donde la autenticidad no depende de la mirada del otro, sino de la transparencia ante Dios. Como señala Hans Urs von Balthasar, “Jesús es el revelador que, en su propia transparencia, destruye toda forma de duplicidad religiosa” (El corazón del mundo, 1979).

En conclusión, la hipocresía farisea no era un mero vicio, sino un criterio socialmente aceptado. La irrupción de Jesús consiste en desenmascarar ese consenso y proponer una alternativa: una religión de la verdad, de la misericordia y de la conversión interior.