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1. Vividor: una palabra que desenmascara
Desde su raíz en el verbo vivĕre, el término “vividor” no parece ofensivo: simplemente “el que vive”. Pero en el uso popular y desde el siglo XVII, se carga de crítica social: un vividor es aquel que vive a expensas de los demás, sin producir, sin trabajar, simplemente aprovechándose del esfuerzo ajeno.

Es un parásito con buena labia, que sabe acomodarse, que brilla en los salones pero deja vacías las despensas del pueblo. Es astuto, elegante, y muchas veces admirado por los ingenuos o los resignados.

Pero el vividor no es solo un personaje; es una figura histórica, una forma de hacer política, y un sistema que se reproduce bajo distintas banderas.

Las cortes de la España corrompida: vivero de vividores

En los siglos XVI al XVIII, las cortes de la monarquía hispánica se llenaron de nobles que no sabían cultivar ni construir, ni tenían méritos más allá de su apellido o su cercanía al trono. Eran herederos de tierras y privilegios, no de ideas ni virtudes.

Estos vividores:

  • Se enriquecían con títulos heredados y rentas feudales.
  • Despreciaban el trabajo manual o técnico.
  • Exigían tributos del campesinado y las colonias.
  • Se disputaban cargos y prebendas en un sistema de clientelismo.
  • Tenían cortes plagadas de aduladores, bufones y clérigos acomodados.

Mientras tanto, el oro y la plata llegaban desde América, explotando a los pueblos originarios y a los africanos esclavizados. La corte se sostenía como una fiesta de despilfarro, sostenida por la miseria del mundo colonial.

Los parásitos del imperio: nobles improductivos y destructivos

La nobleza española fue, en gran parte, una nobleza improductiva, centrada en el consumo del botín colonial. Lejos de invertir o innovar, vivía en la comodidad de palacios, acumulando títulos y honores mientras el imperio se vaciaba.

Se puede hablar incluso de una aristocracia rentista, que se resistía a cualquier reforma que implicara sacrificio, y que veía en las colonias una mina inagotable. El trabajo quedaba para los campesinos, los artesanos o los esclavos.

La mentalidad del vividor se institucionalizó:

  • La Iglesia acumulaba riquezas.
  • Los nobles cobraban diezmos y no pagaban impuestos.
  • El Estado se endeudaba para mantener su boato.
  • Se despreciaban las ciencias, las industrias, la educación.

La independencia no rompió la estructura: los criollos heredan la vividera

Cuando llegaron las guerras de independencia en América, el sueño de libertad fue secuestrado por una nueva casta de vividores: los criollos, descendientes de europeos, que no buscaban la justicia social ni la emancipación de los pueblos, sino mantener para sí el poder y los privilegios que antes tenía la corona.

Así, en muchos países de América Latina:

  • Se cambió el rey por el presidente, pero no se cambió el modelo.
  • Los esclavos siguieron siendo explotados.
  • Los pueblos indígenas siguieron siendo marginados.
  • El trabajo siguió siendo despreciado por las élites.
  • El Estado siguió siendo botín, no proyecto.

Los criollos construyeron repúblicas de vividores, donde:

  • Se repartieron las tierras despojadas a indígenas.
  • Se adueñaron de las minas, haciendas y puertos.
  • Usaron el poder político para acumular riqueza privada.
  • Imponían constituciones que protegían su posición.

El vividor moderno: político, empresario, embajador… reciclado

Ese modelo no ha muerto. El vividor ha cambiado de ropaje: ya no es duque ni virrey, pero puede ser diputado, banquero, asesor internacional o embajador “de confianza”. Se recicla con nuevos discursos, pero mantiene el mismo objetivo: vivir del Estado, de los recursos públicos o de la herencia colonial, sin producir ni servir.

Y aún hoy, en nuestros países, cuando alguien llega al poder, no pocos esperan que se convierta en un «vividor más»:

  • Que se rodee de amigos.
  • Que coloque a su familia.
  • Que reparta puestos y favores.
  • Que disfrute de privilegios sin rendir cuentas.

De la historia al presente, la urgencia de otra cultura política

El vividor no es solo un personaje del pasado: es una estructura de poder, un estilo de vida que corrompe desde adentro. Las repúblicas latinoamericanas nacieron muchas veces como repúblicas de vividores, no de ciudadanos. La lucha sigue siendo cultural y ética: recuperar el valor del trabajo, del servicio público, de la honestidad.

Porque mientras se aplauda al que “vive de”, y no al que “vive para”, seguiremos atrapados en la misma comedia de la corte… solo que con otro uniforme.