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La corrupción en el Ecuador no constituye una desviación del sistema político, sino su forma normal de funcionamiento. A partir de un análisis conceptual del término “corrupción” y de un examen crítico de la práctica del poder durante la Revolución Ciudadana y el actual gobierno de Daniel Noboa, se argumenta que el país vive bajo un orden donde la corrupción ha sido institucionalizada y culturalmente aceptada. La reflexión final propone un cambio moral y espiritual que restaure el sentido del bien común como fundamento de la vida democrática.

1. Introducción
La corrupción es, quizás, el mayor mal que ha afectado al Ecuador contemporáneo. No solo destruye la confianza en las instituciones, sino que ha moldeado la mentalidad colectiva y la relación de los ciudadanos con el poder. En el caso de Alianza País y la llamada Revolución Ciudadana de Rafael Correa, la corrupción no puede explicarse como un accidente: fue una constante del ejercicio del poder. Sin embargo, lo más grave es que esta tendencia se mantiene —y se ha profundizado en su cinismo— bajo el actual gobierno de Daniel Noboa, quien no solo perpetúa el modelo corrupto anterior, sino que reintroduce, con formas más perversas y descaradas, las prácticas propias de la vieja política oligárquica que el correísmo decía haber superado.

2. La corrupción como categoría filosófica y cultural
Etimológicamente, el término corrupción proviene del latín corrumpere, que significa “destruir” o “descomponer algo que estaba entero”. En su sentido clásico, remite a la alteración de un orden previo que se consideraba justo o natural. Pero en el Ecuador parece no haber existido nunca ese orden originario. La corrupción, más que ruptura, se ha vuelto norma; más que degradación, es constitución del sistema.

La filósofa Hannah Arendt (1963) describió esta naturalización del mal como “banalidad”: el mal se instala en la rutina, en la obediencia ciega y en la falta de pensamiento moral. De modo semejante, Byung-Chul Han (2012) observa que la sociedad moderna ha sustituido la culpa por la autojustificación, y la ética por la eficiencia. En el contexto ecuatoriano, ambos diagnósticos ayudan a entender cómo la corrupción se normaliza en el discurso político y en la conciencia ciudadana: se convierte en parte del paisaje social, invisible para muchos y aceptable para otros.

3. La Revolución Ciudadana: continuidad bajo otra retórica
La Revolución Ciudadana prometió transformar las estructuras de poder y devolver la dignidad al Estado. No obstante, sus prácticas terminaron reforzando los mismos mecanismos de dominación que decían combatir. La concentración de poder, el uso partidario de las instituciones, el clientelismo y la persecución de la disidencia configuraron un nuevo tipo de corrupción: una corrupción ideológica, legitimada por el discurso del progreso y de la soberanía nacional.

La corrupción dejó de ser un abuso aislado para convertirse en un componente estructural de la gobernabilidad. Como en la descripción de Agustín de Hipona sobre la corrupción del amor, el Estado ecuatoriano desordenó su fin: en lugar de orientarse al bien común, se amó a sí mismo y a sus propios intereses.

4. Daniel Noboa y el retorno del cinismo político
El gobierno de Daniel Noboa representa una nueva etapa en esta lógica de corrupción como orden establecido. Su administración no solo reproduce las deformaciones institucionales heredadas del correísmo, sino que las presenta con una naturalidad cínica que recuerda las prácticas oligárquicas previas al 2007.

El uso discrecional del poder, el desprecio por la palabra dada, la confusión entre patrimonio personal y recursos públicos, y la instrumentalización del Estado para fines familiares o empresariales revelan un retroceso moral profundo. Lo más inquietante es que, bajo una apariencia de modernidad y eficiencia, Noboa ha reinstaurado la corrupción como signo de astucia, éxito y capacidad política.

De este modo, el ciclo se cierra: la corrupción correísta, envuelta en retórica populista, da paso a la corrupción noboaísta, vestida de tecnocracia y desideologización. Ambas responden a la misma matriz cultural: el poder entendido como privilegio y no como servicio.

5. La revolución pendiente: restaurar el orden moral
Si la corrupción se ha convertido en el orden establecido, la única revolución verdaderamente necesaria es la moral. No basta con cambiar nombres ni partidos. La regeneración del Ecuador requiere una conversión ética que recupere el sentido del bien común como horizonte político y espiritual.

La Doctrina Social de la Iglesia recuerda que “el bien común es el conjunto de condiciones que permiten a las personas alcanzar más plenamente su perfección” (Compendio de la DSI, n. 164). Por tanto, una sociedad corrupta no solo traiciona la justicia, sino que impide el desarrollo integral del ser humano.

El papa Francisco (2018) advierte que “la corrupción es una forma de muerte espiritual” porque sustituye el servicio por la ambición y la comunión por la complicidad (Gaudete et Exsultate, n. 165). En el Ecuador, esa muerte espiritual se expresa en la pérdida de la vergüenza pública y en la aceptación del engaño como parte del juego político.


La corrupción en el Ecuador no es un error del sistema, sino su estructura misma. La Revolución Ciudadana y el actual gobierno de Daniel Noboa confirman que la política nacional vive atrapada en una cultura de poder que confunde habilidad con impunidad, pragmatismo con cinismo, y éxito con apropiación.

Frente a esta realidad, la verdadera revolución no será económica ni tecnológica, sino moral. Solo una ciudadanía capaz de romper el pacto de complicidad con el poder podrá instaurar un nuevo orden donde la corrupción deje de ser normal. Hasta entonces, los cambios de gobierno seguirán siendo apenas rotaciones dentro del mismo orden corrupto.

Referencias

  • Arendt, H. (1963). Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal. New York: Viking Press.
  • Han, B.-C. (2012). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder.
  • Agustín de Hipona. (1995). La ciudad de Dios. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
  • Francisco. (2018). Gaudete et Exsultate. Ciudad del Vaticano.