“Mirar no es observar. La observación supone una metodología de la mirada, una construcción de la mirada y principalmente una mirada que construye, que en cierto modo produce la realidad” (Ludwig Wittgenstein)
La obra realizada por Fermín H. Sandoval, bien llamada El laberinto del agua, al igual que las de los alquimistas medievales, ha tomado la realidad circundante para capturarla y ha hecho que en sus fotografías estallen la paz y la armonía a través de las múltiples figuras que se multiplican en los reflejos de agua y que hacen olvidar por un instante los profundos pesares que entretejen la vida. Para mostrar la vida no se necesita temas exóticos; basta con mirar de cerca la realidad cotidiana, observarla para poder verla y luego mostrarla dibujada en palabras, en poemas, en pinturas, o como en este caso, en fotografías.

Forma, color, imagen y poema parecen condensar la paradoja del vivir, que es sueño y despertar, realidad y fantasía, en suma: El laberinto del agua. Capturar con la cámara esos lagos y cascadas, arroyos y riachuelos, lluvia y gotas y aprisionar su alma, es labor del artista que se convierte en mago. Fermín H. Sandoval, valiéndose del lenguaje de la imagen, hace una obra que contiene el germen de la eternidad, porque para él este trabajo es la oportunidad que le da la vida para descubrir detrás de las imágenes que se muestran, las imágenes que se ocultan y llegan a la raíz misma de la fuerza imaginante, en donde las fotografías acaban dándole al agua su camino de sueño.
Fermín es un poeta, en el texto que aquí nos entrega es otro poema hecho de silencios, de sombras, de sol, de sueño y de agua. El autor sabe que las buena fotografías están en todas partes, solo hace falta ser capaz de verlas. Y él sabe cómo hacer para poder ver en la cotidianidad que se ofrece cada día, con la movilidad del sol, por las sombras, por el agua misma. Todo cambia de un día a otro, de un momento a otro, de una hora a otra el agua corre, el agua se lleva a otra parte la vida. No nos bañamos dos veces en el mismo río, porque ya en su profundidad el ser humano tiene el mismo destino del agua que corre. El agua es elemento transitorio. Con el agua se vive como vértigo; muere cada minuto como si algo de su sustancia se derrumbase. El agua corre siempre, cae siempre.

El autor de El laberinto del agua abre con su obra un mundo de posibilidades para enseñarnos a mirar la cotidianidad alucinada o alucinante desde su propia experiencia por hacer de la vida, de la historia, de los sueños, de pesadillas, de los duendes y fantasmas, espacios de ternura que permiten encontrar la belleza del texto que desde siempre “Alguien” puso allí para nosotros.
El laberinto del agua es una nueva incursión del autor por el mundo de la poesía. Esta vez no utiliza el lenguaje lingüístico que reclama el poema; acude –como él mismo lo dijera-, al lenguaje del silencio, que le permite mirar con el corazón y descubrir en el cotidiano paisaje, cómo el “agua camina en zapatillas de cristal” por el riachuelo o la cascada, o reposa tranquila en el lago o en el estanque, brota a borbotones en un ojo de agua, para convertirse en nube que cubre el cielo de arreboles para desgranarse al fin.

El laberinto del agua es un texto-testimonio que nos ayuda a descubrirnos. Las fotos-poema reclaman de nosotros una lectura tranquila, sosegada y limpia. El recorrido por ellas, nos ayudará a conocer la forma del agua, a mirar cómo el viento sostiene las figuras y a descubrir cómo el agua es una nota, una agreste canción que canta en nuestro corazón.
Clara Luz Zúñiga Ortega
Huayraquilla, Nariño.