La Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe parece un empeño serio, en el cual la Iglesia Católica aborde y trate temas que permitan un desarrollo pastoral auténtico: la promoción de libertad personal y la formación de comunidades. Lástima que no consideren las limitaciones, que hoy por hoy, resultan infranqueables, en las diócesis, al menos en las ecuatorianas: La carecía de palabra propia y por tanto de identidades, el ejercicio de una autoridad despótica (el feudal a lo latinoamericano), los pasivismos y las dependencias.
La carecía de palabra propia y por tanto la ausencia de identidades marca una notoria limitación para el éxito de la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, debido a los paradigmas difundidos y vigentes. Muchos de tales paradigmas elaborados por extranjeros o por influencia de estos que obnubilan la palabra de las personas y las identidades de los pueblos. Aunque, si se hubiese entendido Evangelium Gaduium se podía haber desarrollado las identidades de acuerdo a sus culturas.
Las culturas entendidas no en el sentido de las propuestas estructurales (cuyo error hace suponer la existencia de significados originarios y únicos para todos los pueblos) sino según las propuestas interpretativas (cada pueblo es diverso por su particular mundo de significados, o sea, debido a su cultura). En este sentido, si se entendía según la última propuesta, se podría esperar algún aporte, pero por ahora, permanecen desconocidos.
El ejercicio de una autoridad despótica (feudalismo a lo americano) entre los pueblos es una limitación para el buen arribo de la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe. Un ejercicio que en vez de promover la libertad de los individuos exigen el sometimiento de los mismos; que es lo mismo de mantener una esclavitud a ideas de grupos ajenos a los propios pueblos, que no les permiten el desarrollo de lecturas auténticas del Evangelio desde las propias culturas, sometiéndolos a interpretaciones parciales y extrañas, propuestas de sectas que ejercen influencia en los círculos de poder.
Los pasivismos y las dependencias de los fieles son limitaciones para el desarrollo de la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, pues no permiten la constitución de comunidades que puedan preocuparse por el mantenimiento, la conservación y el acrecentamiento del patrimonio de la Iglesia, igual que la responsabilidad del sostenimiento de clero; y evitar, así, la errónea concepción por parte de las autoridades de sentirse “poseedores o propietarios” de los encargos (parroquias y diócesis a párrocos y a obispos); razón para que no prosperen proyectos a largo plazo o que puedan distinguirse fines claros en las actividades pastorales, que ahora solo se justifican por la recaudación de dinero, estancadas en la religiosidad popular (en algunos casos que rozan la superstición), con una catequesis incapaz de influir en el actuar moral cristiano de los pueblos (aquejados de corrupción) y sin los desarrollos teológicos necesarios.
Algunos de los encargados de poner a punto la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, no tiene empacho en afirmar que tal evento “no traerá cambios”. ¿Entonces -cabe preguntarse- para que realizarla? ¿Para mostrar una apariencia a quienes? La responsabilidad ante la respuesta a la promesa que reposa en cada bendición del Padre impulsa a buscar superar la realidad de las Iglesias Latinoamericanas (acomodadas en privilegios y tradiciones), para lo cual como se deduce de la lectura de los documentos del Concilio Vaticano II (y del Magisterio del Papa Francisco) es necesario conocerlas («oler a oveja» y estar en «salida») para allí anunciar el Evangelio.