El deprimido autor de Eclesiástico cuenta de sus amarguras; con tono de sentencia dice que nada nuevo hay bajo el sol. Porque él es incapaz de encontrar ninguna novedad. Tiene sus ojos secos por la amargura, el desaliento, la brutalidad de la vida. Pero para quienes crecimos y vivimos en las montañas sabemos que cada día tiene su brillo, sus amores y su vitalidad. Ninguna jornada es igual y aunque los sabuesos ladren y muerdan al final del día el sol lanza su último suspiro iluminando magníficamente todo: la luz es agudamente tibia y pura.

Las grandes ciudades devoran el corazón de la gente, embotellan las ilusiones espontaneas entre cristal sucio y cloroformo. Los inmensos mercados cambian el sentir sincero y autentico, lo trasmutan a imágenes de vida enlatada con conservantes y sabores artificiales. Mientras, el rostro de nuestros padres es más fresco y su bendición nos obliga a la coherencia. Su tierra, nuestra tierra, sus ilusiones, nuestras ilusiones lo recuerdan siempre. Sí el tiempo retira a nuestros abuelos del camino es porque estamos nosotros para seguir esos senderos, somos su empeño que no se muere ni abate.

Lo verdadera tragedia está en la orfandad y en la esterilidad: tierra sin padres y padres sin hijos. ¿Quién podrá cantar las historias de los abuelos? ¡Sin canto entra la muerte, se muestra como el monstruo horroroso y sus esbirros se roban cualquier resquicio de eternidad!

En mis años de infancia conocí una de las pruebas del amor y la existencia de Dios más sorprendente y simple: el cariño de mi abuela… ella solía coser en su máquina de manivela, junto a los ventanales de su casa de adobe y teja en Güitig, un pueblo panzaleo; muchas veces, me pidió insertara en hilo blanco en el minúsculo ojo de la aguja y luego me regalaba como premio un pan moreno con dulce de leche y queso. Mientras cosía los debajeros que le encargaban, mi abuela cantaba: “Ojos azules color de cielo tiene…” ¡Qué canto más hermoso y más eterno!

La literatura hebrea y europea tiene su Biblia que cuenta la historia de sus padres, también nosotros tenemos las historias de nuestros padres y esa es nuestra Biblia. Sí, debemos rehacer el tiempo para hacer la cosecha y las manos siempre hechas de espigas, de aromas de tierra, de hierba, de ordeño de frío… de oración… mantendremos su canto, un canto eterno, como la vida y el sol de los venados que anuncia la generosidad.