Imagen de Santiago el Grande, Patrón de los conquistadores, conocida también como Santiago mata indios. Escuela Cusqueña, siglo XVI.
Para exponer una lectura del estado actual de la Iglesia en los países americanos es necesario precisar que se trata de la Iglesia de los países de la América India. Este detalle parece intrascendente o banal, pero no es así, pues revela una serie de malas costumbres difundidas, consistentes en quitar o mermar la voz a las gentes. Negando, de ese modo, el elemento fundamental de los seres humanos: la palabra.
En las tierras de la América –como la llamaron- desde la llegada de los extranjeros (europeos) las gentes han soportado constantes maltratos y desprecios (sin olvidar los latrocinios, las masacres, las mentiras y una larga sarta de ignominias). El maltrato a las gentes americanas no se detuvo ni con el mestizaje, que más bien lo acrecentó, como se ve en el gran José María Arguedas, El zorro de arriba y el zorro de abajo (1968), donde se subraya la división interna del ser humano en constante tensión de repudio y vergüenza.
No es difícil captar el estado de la Iglesia en los países americanos, para ello basta considerar un hecho particular: la resistencia a reconocer “oficialmente” el martirio de Oscar A. Romero, 1980.
Si existe un aporte a la temática por parte de los EEUU –norteamericanos- esa es el motivo de la guerra de secesión (1861-1865). Los terratenientes de los estados del sur (muchos provenientes de familias españolas), que se habían enriquecido con la explotación de los esclavos africanos y cuyo capital impulsó y sostuvo la industria de los estados del norte, veían necesario responder a los limitantes impuestos por el poder industrial del norte, obviamente los sabios del norte respondieron con el flamear del pendón de la libertad para los pobres esclavos (que casi no se consigue).
Sí escandaliza la inhumana explotación de los esclavos africanos, no se debe olvidar que cada esclavo era una inversión para el dueño de la plantación (un capital que debía cuidar); cosa absolutamente diversa con la explotación de los indios (los habitantes de las tierras –los señores de las tierras-), que eran abundantes en las colonias españolas y portuguesas, y por quienes los terratenientes (patroncitos) no pagaban nada.
La infamia no termina en ese caldo demoniaco, además esas gentes satanizaron todas las cosas de los indígenas, es decir, todo aquello de los indígenas era menos que nada, algo para extirpar “obra del demonio”. Lo increíble es que los mismos indígenas (algunos) aprendieron a repudiar lo suyo, el ejemplo conspicuo lo provee el inca Garcilaso de la Vega (1539-1616). Este mestizo, negado de retornar al Perú debido al destierro impuesto por el virrey Francisco de Toledo (1516-1582) a todos los descendientes de las familias indígenas nobles, terminó sus días en España, escribiendo loas a los reyes y señoritos y condenando a su misma sangre (Comentario real de los Incas; Historia General del Perú).
La “Encomienda” y la “Reducción” (instancia para implantar la “Doctrina”) fueron instrumentos pensados para evangelizar (trasmitir la fe, «bien absoluto» que estaba sobre la vida –como afirma Francisco de Vitoria-). Así, los indios debían estar agradecidos por semejante e incalculable don. La barbaridad de la explotación y sus efectos desarrollaron tradiciones, costumbres y estructuras sociales encarnadas e intocadas, incluso hasta estos días.
Mons. Oscar A. Romero escandalizó algunas gentes, de las altas esferas “católicas”, quienes le etiquetaron con el membrete de “comunista”, simplemente porque denunciaba que no se debe abusar del hermano pobre. El hecho muestra que está pendiente una condena a ese “falso catolicismo”, que algunos vivieron y viven en América. Esa caricatura de fe tiene como su marca propria el irrespeto a la palabra propia de la gente y en la practica de quitar incluso el deseo de que existan palabras auténticas en la América India.
No se puede llamar palabras auténticas a copiones (palabras sin alma, embutidas de pensamientos ajenos), aún peor es suponer que en estos cinco siglos de vivencia del Evangelio no se ha hecho nada y que la vivencia de la fe no ha sido auténtica. Será por eso que aún se escucha descuartizar a Túpac Amaru y callar a Blas Valera e ignorar y olvidar a Leonidas Proaño. ¿Siempre vienen de otras partes a enseñar que es la verdad? ¡Que raro!