Si el ajedrez nos convocó en el Club (CACR) las ganas de innovar en el teatro llevaron a reunir a los principales actores del canto, de la danza y de la poesía en el Movimiento Cultural (MCCR).

El Capa Redonda. Carlos de la Cueva Albuja, Luis Villarroel León, Fermín Sandoval Ortíz, Carlos González Paredes. Salón de Actos. Cooperativa 8 de Septiembre, Machachi.

Fuimos, los que cantamos en los estudios de Radio La Voz del Valle: “como un juego de ajedrez, así ha sido nuestro amor”… Iniciamos jugando ajedrez y contagiamos, comenzando por el pretil de la Iglesia matriz, las calles y salones de Machachi y de las otras parroquias con el sagrado fuego del pensamiento; nos dimos el título de “maestros” y entramos en el mundo nacional del Ajedrez, allí conocimos a los fuertes de esa disciplina y mantuvimos los cinco minutos de información de la actividad y de la historia del arte maravilloso, que como el amor tiene el poder de hacer felices a los seres humanos. Fuimos los primeros en hablar (en Machachi) de juego posicional, de estrategia y táctica, de libros y preparación en semejante deporte que lo llevamos incluso a enfrentar los desafíos en cada cumbre de los volcanes de nuestro Valle.

Si el ajedrez nos convocó en el Club (CACR) las ganas de innovar en el teatro llevaron a reunir a los principales actores del canto, de la danza y de la poesía en el Movimiento Cultural (MCCR) y a coordinar una frenética actividad en todo el cantón en las fiestas, para lo cual había que conseguir movilización, indumentaria, instrumentos, refrigerios y otras cosas para los participantes.

La obra El hombre que no pudo orinar fue la primera en eclosionar el éxito, desde la adaptación realizada en las noches de regreso desde Quito, pero también despertó la cólera de los implicados en la inteligente e incisiva representación teatral (el cura y los servidores públicos que se solazaban con monetizar sus servicios). No se quedaron atrás en expresar sus sentimientos encontrados, los buseteros que maltrataban a los pasajeros y habían convertido al viaje Quito-Machachi (Machachi-Quito) en un vía crucis de humillación y deshonor, fueron citados al escenario del mercado Amazonas y en otras plazas, para que sean juzgados en “Los Buseteros”, tanto en su primera parte como en la segunda. Así mismo, se examinó y presentó “Los Generales”, obra crítica dedicada a los policías y militares, el escenario de estreno, la mejor reunión que tenía en esos tiempos la ciudad: el baile de gala de las señoras del Comité Pro-Biblioteca.

No se salvaron los gamonales ni los patroncitos ni sus secuaces y peor los lambiscones, que en ese tiempo se tomaron el recién nacido Paseo Procesional del Chagra. La obra se estrenó sobre una gran plataforma frente al Parque Central, con un eco estentóreo que cuajó en aquella sentencia: “El chagra no va a caballo. ¡Carajo!”, con la que concluía la primera caminata nocturna que desde Quito a Machachi recorrió las líneas del viejo tren. Esa caminata, llamada de Regreso al Campo, fue el hito de partida para que los caballos y otras bestias de la chacra y de la hacienda recorran las calles de Machachi y siembren el gusano de los “paseos chacareros” por toda la serranía ecuatoriana.

Primero se contrataron un coreógrafo y un director de teatro para armar grupos que saltaran a los escenarios; así se hizo e inició en las tablas del teatro “Carlos Brito Benavides”, donde volaron curiquingues, cucharas de palo y negras elenas… sonaban con elegancia las quenas, las guitarras, los violines… los charangos y con los tambores conjuraron las tonadas de la compleja música nacional,  las melodías folclóricas, las canciones de protesta, sin faltar las voces de tenores, sopranos o los embelesantes tríos. No tardaron en sumarse a la compañía grupos de danza (Tambillo Viejo) y de canto (Alborada Andina y Proyección Inty), pintores y escenógrafos.

Los años en los cuales el Movimiento Cultural Capa Redonda estuvo activo acompañó y organizó las actividades de artes escénicas y musicales en el cantón Mejía, como no se ha visto hasta ahora e inspiró el cultivo de los ámbitos artísticos que existen en el Valle de los Volcanes: el ajedrez pasó de ser un entretenimiento de sobremesa para despertarse en el enorme potencial de pensamiento; el teatro paso de ser el sainete costumbrista (que después tendrá un rebrote con Raúl Guarderas) a la pieza de denuncia comprometida y rebelde ante las injusticias; la música dejó a un lado el ser solo una práctica de encuentro ocasional en preparación responsable con métodos  y técnicas; la danza de presentación de chagrillo repetitivo a estudio expresivo de las costumbres de los pueblos y sentimientos de las gentes; la poesía del lirismo simplón a la construcción metafórica; y los estudios de la superficial repetición de lo desconocido a la investigación crítica y analítica de las fuentes con una elaboración de categorías conceptuales capaz de sostener el conocimiento.  

Los del Capa Redonda fuimos una familia reunida, solo con amigos y sin dinero, quisimos cambiar el mundo, lo intentamos y lo cambiamos, cada uno a nuestra manera, con una locura común en política para apoyar al PRE de Abdalá y Caicedo, con el aporte de un diseño de Proyecto Municipal cuyo financiamiento no era imposible –al parecer el mejor que ha existido-, igual que no fue imposible someter a quien se enancó en el poder político municipal -de ese tiempo- y se aprovechó para su beneficio, a esa le dijimos: “no sea sinvergüenza y renuncie”. Al final participamos de futbolistas y nos despedimos para siempre, cada uno con su locura por separado, nunca más para jugar juntos al ajedrez o representar una nueva obra de teatro contra alguna infamia.

Los del Capa Redonda fuimos cuatro: Carlos González Paredes, el líder indiscutible, súper modesto enteramente creativo y de decisión oportuna, entrañable amante de los libros, la lectura, la música y  del ejercicio del pensamiento; Luis Villarroel León, quien secundaba las ideas de modo lúdico y genial, componía las piezas dándoles la forma y el ritmo adecuado y otorgándoles una expresividad de manera natural, iluminando los momentos con su entrañable amistad; Carlos De la Cueva Albuja, el más técnico en el teatro, imprescindible para los contactos y las  relaciones públicas, cuya hermandad no menguó; y yo, Fermín Sandoval Ortíz, que llegué casi al final de la configuración inicial y debí sostener al grupo con la utilería o lo que se ofreciera, sea bailando, diciendo una frase o haciendo parte del coro.

¿Qué quedó del MCCR? Todo y con tanta generosidad que nadie se quedó para pavonearse de nada. Pero cuando se abre los ojos se encuentra que ese todo está allí con tanta fuerza y con el nombre que quisimos que tuviera: palabra propia de aquel espíritu de las gentes de Machachi. Si tal vez, alguna vez nos volvemos a reunir, será para beber y conversar hasta el infinito, seguramente rogaremos a don Aníbal Cueva Yánez nos habrá el cordial espacio de La Voz del Valle para escuchar aquella canción que desató la locura: “como un juego de ajedrez, así ha sido nuestro amor… como un ciego que no ve así fue nuestro querer…”