Agua en el fondo de una compuerta de una pequeña represa abandonada. 

Setenta y cuatro perros
abandonados a lo largo de los bordes de la carretera Jorge Fernández, aquella
que baja desde la avenida Simón Bolívar a Conocoto; seguramente, habrán más
canes abandonados en aquella vía, como en otros caminos 
¿constituirán un problema? pero, ¿qué problema? La falta de organización ciudadana para afrontar un tema
de salud pública; la endeble educación de los ciudadanos ante una
responsabilidad “libremente” adquirida; la crueldad manifiesta de algunos seres
humanos; una lagunosa fundación del sistema legal… ¿cuál es el problema? o
¡no hay problema!

La perritos a la vera
del camino se encuentran sentados, dormidos o caminando pero algunos, cuya
suerte les es funesta, dejan sus huesos, carne y pellejos molerse, una y otra
vez, bajo las llantas de camiones, camionetas, automóviles… “la vida de
perro”, cuya fama es torcida, no es la de merodear entre la basura de bulevares
y nights clubs  sino la de esperar a quienes, por capricho o
compromiso, configuraron su existir, emparejando a los sentimientos humanos.    
Perros muertos sin sus ojos brillantes y llenos de ternura, tan diferentes
de aquella mala gente, ingrata e injusta, que deambula con sus largas y anchas
manos de mendigos; de esos que saltan a morder cuando siente el miedo o la supuesta
ofensa; de aquellos rabiosos que se lanzan al cuello cuando siente en peligro
sus privilegios y sus arrogancias… ¡sí, detrás de esos perros está un problema!