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Ventanuco de control de un sistema de abastecimiento de agua abandonado. Machachi. |
Por
muchos años, todos los miércoles en la Plaza Grande de Quito, hacia un plantón don
Pedro, un personaje que reclamaba por sus hijos, dos jovencitos que se presume
fueron secuestrados, torturados y asesinados por la torpeza de algún mandamás
enquistado en la Policía del Ecuador; eran los turbulentos tiempos en
Latinoamérica, cuando volaban los espectros del enfrentamiento ideológico
que humillaba la argumentación y el
debate con la amenaza de los disparos, las explosiones, el caos, la cárcel y la
muerte.
Don
Pedro se fue de vacaciones con su esposa a casa de unos amigos en la costa
ecuatoriana y dejó a sus pequeños en Quito; el más grandecito, no pasaba de
diecisiete años, con su hermano menor debían recoger a la pequeña de una fiesta
en un trooper (la ley de tránsito en
el Ecuador prohíbe la conducción a
menores de edad), jamás llegaron a cumplir el afán encargado; el carro apareció,
días más tarde, desvalijado y destrozado, pero los cuerpos de los muchachos no
aparecieron, solo manaron sartas y sartas de mentiras y engaños.
Pedro se fue de vacaciones con su esposa a casa de unos amigos en la costa
ecuatoriana y dejó a sus pequeños en Quito; el más grandecito, no pasaba de
diecisiete años, con su hermano menor debían recoger a la pequeña de una fiesta
en un trooper (la ley de tránsito en
el Ecuador prohíbe la conducción a
menores de edad), jamás llegaron a cumplir el afán encargado; el carro apareció,
días más tarde, desvalijado y destrozado, pero los cuerpos de los muchachos no
aparecieron, solo manaron sartas y sartas de mentiras y engaños.
Los
fantasmas emergen –dicen los expertos- de los remordimientos. Ciertamente, será
indecible la pena del abandonar a los hijos mientras que los padres pretendían
gozar de los placeres de la arena y de las aguas del Pacífico. Seguirá deambulando,
cada vez más fantasmagórico, el reclamo “donde están mis hijos”, no solo para
purgar el pecado y la mala racha sino para recordarles a todos los padres de
familia que no deben abandonar ni descuidar a sus hijos, especialmente en
tiempos tenebrosos.
fantasmas emergen –dicen los expertos- de los remordimientos. Ciertamente, será
indecible la pena del abandonar a los hijos mientras que los padres pretendían
gozar de los placeres de la arena y de las aguas del Pacífico. Seguirá deambulando,
cada vez más fantasmagórico, el reclamo “donde están mis hijos”, no solo para
purgar el pecado y la mala racha sino para recordarles a todos los padres de
familia que no deben abandonar ni descuidar a sus hijos, especialmente en
tiempos tenebrosos.