Desde los techos de Quito, la ciudad andina de raíces mezcladas y desconocidas.

¿La
tristeza se convierte casi en un signo distintivo en los ecuatorianos?
Dejad que llore titula un poema de
Leonidas Proaño (1928), en el cual conjuga la tristeza, que marca a los hombres
de la serranía ecuatoriana, y el desprecio de la existencia temporal, que ansía
la muerte como el esperado arribo a la “patria” definitiva, según algunas enseñanzas
ascéticas enajenadas, los fautores de semejantes opiniones decían: “la
existencia humana, en este mundo, es como una mala noche en una mala pensión”.
 
La
tristeza ecuatoriana resalta las dos raíces que hasta ahora resultan incomodas,
por su falta de tratamiento, en la identidad mestiza: la indígena humillada y
la otra más pobre todavía; este conflicto se muestra en las tonadas
tradicionales, que conjuran la paradoja con un exquisita ironía, dos ejemplos,  unos versos del albazo Desdichas: “las dichas solo se hicieron para el que nació feliz,
pero yo como infeliz las dichas desdichas fueron”,  y otro verso del yaraví Puñales: “mi alma padece cantando mi alma se alegra llorando”.  ¡Son tonadas de fiesta, de baile, de
regocijo…!
Dejad que llore
Dejad
que llore… ¡tanto he sufrido!
tal
vez llorando calme mis penas.
Nací
sufriendo, crecí entre abrojos,
corrió
mi infancia, sin que risueña
te
presentaras ante mi vista,
infortunada
vida terrena!…
Ahora
soy joven, tengo ilusiones
que
son la causa de mi tristeza:
 ¡todo es engaño, todo es espuma,
Mezquino
el hombre, todo miseria!
Dejad
que llore… ¡tanto he sufrido!
tal
vez llorando calme mis penas.
Pasan
los días, pasan los años,
las
ilusiones con ellos vuelan;
de
lo pasado triste memoria
dentro
del alma sólo nos quedan.
No
hay alegría en este  mundo,
que
es un destierro solo hay tristeza,
se
sufre tanto!… Mas, resignado
llevo
la vida , mis duras penas.
Dejad
que llore… ¡tanto he sufrido!
tal
vez llorando calme mis penas.
Tal
vez llorando se mitigaran
mis
sufrimientos, y llevadera
tal
vez mi vida por un instante
¡ay!
se tornara… ¡vida terrena!
Viertan
mis ojos amargas lágrimas,
que
este consuelo solo me queda;
 no hay alegrías en este mundo,
que
en un destierro sólo hay tristeza.
Dejad
que llore… ¡tanto he sufrido!
tal
vez llorando calme mis penas.
Dejad
que llore… siento yo el peso,
siento
la angustia que me atormenta.
Triste
es la vida, triste la lucha,
triste
es el ansia, triste es la tierra.
Ansío
el cielo, que allí es mi patria,
pero
mi muerte pronto no llega…
y
mientras mi alma sufrida y mustia
la
vida eterna con ansia espera.
Dejad
que llore… ¡tanto he sufrido!
tal
vez llorando calme mis penas.
Octubre
10 de 1928