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Puertas con candados en un potrero del Pasochoa
La iglesia no tiene una organización militar, aunque algunos “jerarcas”  quisieses que fuera así. Los ejércitos, cuyos recuerdos de triunfo claman sus masacres, infundían o infunden en los subalternos tanto temor hacia sus superiores más que a los mismos adversarios: las herramientas, para el terrorífico propósito, siempre han sido la tortura, la muerte deshonrosa, el embargo de todos los bienes, el asesinato o perjuicio a los seres queridos…
Los dueños de los ejércitos requieren la lealtad, la disciplina, la obediencia y la sujeción de sus súbditos; esta devoción demandada por los amos a sus sirvientes es necesaria para alcanzar sus pretensiones; intenciones elaboradas al margen de los demás, especialmente de aquellos considerados solo carne de cañón o piezas de una estrategia en la que ellos son excluidos.
La iglesia jamás podría ser así, porque simplemente no sería; contrariamente, la iglesia, en sí misma, promueve la necesidad de alcanzar la libertad por parte de cada individuo, porque el amor verdadero es imposible sin que el ser humano sea libre; por tanto, la organización eclesial se estructura en torno al servicio mutuo, especialmente en la ayuda a los más pobres en cuanto deben alcanzar su libertad.
Tal ayuda, no puede ser subterfugio para esclavizar a los más pobres con ideologías, lo que se podría definir como una conquista o una colonización de las mentes. La autoridad en la Iglesia debe siempre promover el uso de la propia voluntad de las personas, elemento indispensable para responder a la misericordia del Padre.