Card. Muñoz Vega, Arzobispo de Quito, entrega la condecoración Pro Ecclesia et Pontifice a Dña. Genoveva Finn de German,
 benefactora de la niñez y juventud del cantón Mejía. 

El río de la plata, en nuestra infancia
(con
 mis hermanos y primos), era un
destino de fin de semana; sus fuentes, en la base de las peñas de Puichig,
ejercía en nosotros un influjo casi mágico para visitarlas; aunque, jamás
faltaron los gritos mezquinos y despóticos de algún huasicama o del mismo
patrón, del dueño de la hacienda: don Manuel Germán. La historia de este
hombre, como la de sus posesiones, a decir de los antiguos, parece maldita:
cuando murió el gringo German (así lo conocían), aplastado por su tractor o por
su inmensa necedad, brotó a la luz un amasijo de bienes amontonada, a lo más
que nunca y sin sentido. Más de mil hectáreas de buena tierra, entre los predios
de Puichig y Romerrillos, y unas cinco casa en Quito, sin más herederos que su
esposa, una señora de la aristocracia católica norteamericana, la Sra. Genoveva
Finn, quien regresó al Ecuador para desembarazarse de aquellos bienes,
donándolos para una de las causas más nobles que se pueden concebir al servicio
de la humanidad: la educación de la niñez y de la juventud de los más necesitados. Para el éxito del encomiable fin, se apuntaló con la experiencia y
garantía de una de las instituciones prestigiosas: la Iglesia católica.
La Fundación Genoveva German,
institución encargada de hacer realidad el deseo de Dña. Genovena Finn de
German para el cantón Mejía, no tardó en afrontar los primeros contratiempos: las
exigencias en los tribunales de uno de los cercanos de don Manuel, quien
reclamó sus “derechos”; con esto inició la mutilación de las tierras y de los
bienes; en avalancha y como carroñeros al acecho de una animal muerto, acometieron una manada de campesinos para apoderarse de las tierras en las laderas
y en la explanada de Puichig, así como para repartirse los suelos de
Romerillos; mientras, por otro flanco, en labor de raposas, unos zamoranos y
otros miembros de la misma fundación, diezmaron las casas de la capital…  dejaron en soletas y con deudas aquel sueño
más que posible…
Ahora, el Colegio Genoveva German
mantiene unas ciento diez hectáreas de tierras y se le ha confiado -ante la
desidia de las autoridades mejienses- a la Curia Diocesana de Quito, como era
la voluntad de la donante, siempre para el servicio de la niñez y la juventud
del cantón. La mala estrella de este sueño y sobretodo la mala fe de las
gentes, que se han aprovechado de este patrimonio, quisieran que en el recuerdo
de la donación de la Sra. Finn de German haya sido solo un sueño ilusorio ya
pasado y desvanecido en un amargo amanecer, que solo benefició a pícaros
ladrones.