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Zorro de los páramos del Valle de Machachi. Cortesía de José Bohorquez Vargas, 2017. 
Tiempo de espanto: sentarse frente a la máquina de escribir
y no estampar ni un solo carácter para armar un reglón. Ser conmovido con un
titular y perder todos los argumentos, de repente sentir las horas disolverse
entre la silla y el cojín. Una y otra vez abrir y cerrar la misma página.
Encender la pipa, beber brandy o whisky todo se queda como la música clásica o
el flamenco en el aire. Limpiar los cristales de los lentes con un paño húmedo
y secarlos sin desanimarse como una rutina de gimnasio aburrida y cansina. Leer
libros o artículos que no dicen nada o son demasiado confuso para lo que
pretenden trasmitir. La lámpara sobre la mesa no se fatiga con el desgaste
mientras que los cirios agonizan paulatinamente en el candelero… las
distracciones son caballos que cruzan por las ventanas y entran para llevarme a
unos horizontes de soñolienta banalidad y hastío…



¿Qué había sucedido? Seguramente, creció imperceptiblemente
la convicción de que cualquier cosa que escribiera no serviría para nada, pues
a la gran mayoría de las gentes no les interesa pensar y el resto se conforma
con vivir sometido a algún dogma de una mafia, un grupo que determina –a
priori- que cosa es verdadero o falso, bueno o malo, bello o feo…  Un mundo con reglas dependientes de quienes
detentan el poder, esa es la realidad. Se terminó, hace tiempo, el beneficio de
la verdad, al menos de esa “verdad holgazana” que solo servía para enorgullecer
algunos “sabios”; una verdad, que no es como el Verbo que se hace carne, no
sirve, es solo un insumo para la falacia, un elemento potente para engañar
bobos e ingenuos.



¿Cómo escapar a semejante destino? ¿Cómo lo hicieron los escépticos?
¿mejor, esperar que una mano invisible intervenga? Sociedades estigmatizadas
por la ausencia de un bien común (no existen presupuestos para el diálogo o el
consenso); élites encerradas en sus intereses y ciegas para observar o aceptar
otras perspectivas; un clero con sus obispos presos en fundamentalismos,
enajenados e infectados por la lambisconería y el oportunismo; una clase
política perdida es sus negligencias, ignorancias, despreocupaciones y
enfocados en sostenerse en los encargos solo por detentar el cargo; las
academias y las letras ocupadas en los dogmatismos foráneos repetidos
acríticamente sin las experiencia mínima de la realidad…



Sin embargo, la libertad no es un abstracto y no nací para
esclavizar peor aún para cegar aquella luz que el Creador depósito en cada ser
humano.



Fermín H. Sandoval ferminhomero@gmail.com