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Un pobre gato olvidado en el techo |
Sergei
Rachmaninoff (1873-1943) es uno de mis compañeros más queridos, su música hace
un radiografía de mi ímpetu, obviamente, después de beber una taza de café, ristretto –como
dicen los italianos- o expreso -como
dirán en otras partes del mundo-, pero, es desconocido en nuestro medio, aunque
mi abuela la llamaría “la esencia del café”; ese líquido oscuro no tan espeso, obtenido
por la abuela en su muy golpeada cafetera de aluminio, era guardado en una
exquisita botella de cristal y se vertía a chorritos en el agüita caliente o en
la leche.
Rachmaninoff (1873-1943) es uno de mis compañeros más queridos, su música hace
un radiografía de mi ímpetu, obviamente, después de beber una taza de café, ristretto –como
dicen los italianos- o expreso -como
dirán en otras partes del mundo-, pero, es desconocido en nuestro medio, aunque
mi abuela la llamaría “la esencia del café”; ese líquido oscuro no tan espeso, obtenido
por la abuela en su muy golpeada cafetera de aluminio, era guardado en una
exquisita botella de cristal y se vertía a chorritos en el agüita caliente o en
la leche.
Mas,
¿para qué tomar café? ¿Solamente por el saborcito? No, ciertamente, no solo por
el sabor sino por experimentar esa misteriosa sensación del pensar, de
comparar, de separar, de combinar… de encontrar, de crear, de construir la
verdad. Si, el café es otro aliado para cultivar ese afán de identificar los
dogmas, de hurgar en la memoria y descubrir el motivo de las costumbres; pues,
nada es absurdo de aquello que hacen los seres humanos y descifrarlo es una de
las empresas nada aburrida o baladí sino, contrariamente, tiene la fascinación
propia de los acertijos; cada ser humano es un mundo, aunque configurado con una
idea simple o compleja, demasiado vulgar y cautiva o con el matiz particular de
la libertad.
¿para qué tomar café? ¿Solamente por el saborcito? No, ciertamente, no solo por
el sabor sino por experimentar esa misteriosa sensación del pensar, de
comparar, de separar, de combinar… de encontrar, de crear, de construir la
verdad. Si, el café es otro aliado para cultivar ese afán de identificar los
dogmas, de hurgar en la memoria y descubrir el motivo de las costumbres; pues,
nada es absurdo de aquello que hacen los seres humanos y descifrarlo es una de
las empresas nada aburrida o baladí sino, contrariamente, tiene la fascinación
propia de los acertijos; cada ser humano es un mundo, aunque configurado con una
idea simple o compleja, demasiado vulgar y cautiva o con el matiz particular de
la libertad.
Una
taza de café, la compañía de Rachmaninoff u otro de los grandes amigo, que
permanecen siempre a nuestro lado, y el golpear frenético de los pequeños
caracteres que estampa letras, palabras, frases… todo, para configurar un
texto, con esos intervalos deliciosos e irrepetibles de la lectura serena del
escrito recién nacido; esto vale el cielo o sino lo vale, al menos es motivo
para desearlo, como es motivo para imaginarse el rostro de los pícaros,
fastidiados por una pobre pluma, o el abrazo noble de aplaudir el esfuerzo, de
aquellos que se dejan la piel por aquello que no se debe morir.
taza de café, la compañía de Rachmaninoff u otro de los grandes amigo, que
permanecen siempre a nuestro lado, y el golpear frenético de los pequeños
caracteres que estampa letras, palabras, frases… todo, para configurar un
texto, con esos intervalos deliciosos e irrepetibles de la lectura serena del
escrito recién nacido; esto vale el cielo o sino lo vale, al menos es motivo
para desearlo, como es motivo para imaginarse el rostro de los pícaros,
fastidiados por una pobre pluma, o el abrazo noble de aplaudir el esfuerzo, de
aquellos que se dejan la piel por aquello que no se debe morir.