Hoy, que en el Ecuador escasean figuras episcopales como monseñor Leonidas
Proaño (que según el testimonio de los alumnos del Colegio San Diego en 1954
era: “bueno, servicial y nada engreído”
[1]),
las comunidades cristianas ni han alcanzado la solidez ni la concreción
indispensables para  expresar sus
identidades (nuestras entidades); por el contrario, tales comunidades se
mantienen eclipsadas y subyugadas en aquello que podrían denominarse como las
cadenas serviles de las modas de los grupos intraeclesiales, que para colmo no
tiene ni siquiera raíz ni sustento en las tierras ecuatorianas, para ilustrar
lo dicho bastaría citar la falta de verdadera promoción del cooperativismo
(solidaridad) en las actividades cuotidianas entre los fieles, otro ejemplo es,
a nivel de las edificaciones, los variados “galpones” (llamados “iglesias”) que
se construyen con ayudas económicas extranjeras no recogen nada de los aspectos
propios de la tierra, algunos incluso no ocultan la firma de algún personaje
foráneo o de algún diseñador enajenado del medio.

La falta de amor a
lo propio se ha convertido en mala práctica difundida y común, dando la
sensación de estar en tierra de nadie o de cualquiera, al fin y al cabo los
propios de lugar no deciden ni se les deja mostrar su identidad. Este compito
clama al cielo y sin embargo está postergada, mañatada y secuestrada a
influencias extrañas y agresivas a lo propio. Ciertamente, no parece vano
preguntarse ¿hasta cuándo? ¿Si aquello debe promover la dignidad humana, desde
siempre, se ha vuelto nuevamente una cadena? Obvio, existen algunos que
comercian y ganan vendiendo a sus hermanos. ¡Esa es la historia!


[1] S. Méndez
Arceo, Monseñor Leonidas Proaño profeta
de la Iglesia de los pobres 1910-1888
. En Quedan los árboles que sembraste. Testimonios sobre Mons. Leonidas
Proaño
. Edición la Tierra –  Fundación
Pueblo Indio del Ecuador.  Quito, 2008.