Luisito en Otavalo se siente latir una abusiva imposición ideológica de un grupo auto
proclamado como portavoz de una comunidad entera, sin tener fuste ni raigambre
en la realidad antropológico auténtica.
Segundo, los rasgos de identidad de las sociedades no
se imponen se descubren en desenvolvimiento de la concreta existencia
comunitaria; aunque, lógicamente, quien tiene el poder puede siempre pretender
imponer signos de identidad, como ha sido el caso de los “socialismos” o de las
sutiles campañas psicológicas del marketing “capitalista”.
Tercero, tan solo el sonido del nombre de “Luisito”
tiene un componente de algo fabricado, suena “plástico”, ajeno y vacío; por más
que se pretenda justificarlo con el “sustrato del uso del diminutivo” –temática
sugerida pero que no tiene una investigación que la sustente-. El nombre
castellano de Luis en el Ecuador, en la convivencia ordinaria, se convierte en
“Lucho” y su diminutivo es “Luchito”, al respecto se puede citar ejemplos numerosísimos.
¿Qué significa el muñequito llamado Luisito en
Otavalo? Ciertamente, no lo que dicen sus apologistas. No es la propuesta de la
interculturalidad del mestizaje; pues, desde su concepción, el muñequito fue
pensado como reivindicación, marginado la vida concreta o sea la verdadera
experiencia de convivencia fraterna efectuada en Otavalo y solo focalizándose
en personales y traumáticas vivencias interpretadas desde alguna teoría
sociológica de cuño del viejo “marxismo”. Queda tras la figura de “Luisito” la
pretensión política de un grupo que se mantuvo con triquiñuelas en el encargo
del poder en Otavalo y hasta ahora pretende o ejerce presión en la
administración política, según se leen en las noticias.