“Si me permiten los poetas”, decía Pedro Saad
Herrería, en una de las últimas intervenciones, referirse a una frase. Él –un
maestro- conocía ese extraño ápice que determina y configura un manojo de
palabras en ese algo misterioso que desmenuza e intenta dibujar el sentir
informe, molesto y fascínate que escuece una vida en apariencia inútil.

Conversar con Pedro convertía el tiempo, que se
liofiliza en el beber una taza de café, en el escenario de un debate, en el
palco más importante y sobre el tema más fundamental; así se transformaba cualquier
atmósfera kafkiana en el ambiente placentero de compartir lo proprio, de aquello
que se ama, como la experiencia deliciosa que narra Marcel Proust, de aquella
magdalena desasiéndose en una taza de té.

Bebo un café en tu recuerdo querido amigo. Te
agradezco por considerarme entre los “poetas”. Te extrañaré Pedro.