Artesania en hojalata, Italia, 2014
Habría que escribir
una Historia de la Miseria o un Historia de los Miserable pero no una
Historia General (abstracta) sino una narración que recoja esas historias
pequeñas de barrio. Esos eventos que se recuerdan como anécdotas y que
parecería no tener importancia pero que sin embargo dibujan (y nos dibujan) de
cuerpo entero el perfil miserable, vergonzoso y repudiable que llevamos dentro.
Por ejemplo, las historias de aquellos hacendados (prepotentes y despostas) de
un tiempo que no dejaban construir un camino para unir las comunidades lejanas
(porque el camino dividía su inmenso Latifundio) o de aquellos mayorales que mezquinaban
el pasos del agua por sus tierras, etc.

El escribir esas
historias no pretende crear mitos, que después aparezcan como la presencia de
arquetipos ontológicos (como las presunciones que subyacen en los cuentos
griegos), solo reclamar la atención para observar lo ridículo y vergonzoso de una
acción que envilece a los seres humanos; sin convertirlos en grandes monstruos
(que no existen) se puede ser pequeños monstritos que siempre deambulan por el
barrio.

Seguro, que se puede
construir una de esas historias cuando se observa que un pedazo de tierra
queda, como pupo, en la acera de una calle (como es el caso de la Calle
Marquesa de Solanda, en Aloasí, Cantón Mejía, Ecuador). Con un poco más de
tiempo escribiré esa historia. Una historia pequeña en el enorme y anónimo
libro de las Historias de Miseria o
en la Historia de los Miserables; una
históriela que se debe escribir para no olvidar, pues podría resultar que la
imagen de nuestro espejo tenga el mismo aspecto del personaje de la historia.