Ilustración de la carta XVIII (La ilusión) del Tarot del alba dorada de Gaudenzi.
 
El dios o los dioses para los escritores son los
lectores. Son estos, los lectores, que manejan al escritor y este tiene que
esforzarse por agradarles –decir lo que quieren escuchar-, de lo contrario los
dioses se enfadan y castigan al infame, indevoto y sacrílego “pecador” con el
abandono y el aislamiento. Estos dioses non solo controlan a los
insignificantes hombres de letras sino que les dan la forma que desean, los
crean a su imagen y semejanza (Igual, que en la política).
 
Lo que digo de los dioses del escritor se puede
aplicar a cualquier situación humana y a cualquier ser humano. Eso sobresale
avasalladoramente cuando un profesional en lugar de preocuparse por desarrollar
los ámbitos concretos de su quehacer se ocupa de otras cosas, de las cosas que
les gusta a sus “dioses” particulares o peor aún, de las cosas que les gusta a
quienes dirigen el comercio de esos “dioses”. 
Pero, a estos comerciantes solo les importa satisfacer el capricho de los
dioses para ganar un porcentaje de las ofrendas.
 
Escribir, para algunos, en quemar la ración
cuotidiana de incienso a sus dioses particulares. Mientras, los ateos siempre
mendigamos encontrar algún ser humano para poder conversar, porque osamos pisar
los templos e inquirir al proprio Dios y a su silencio reclamando su Palabra.