Seleccionar página

La
historia de los “reyes magos” y del “rey Herodes” me recuerda la practica de la
hipocresía, que en estos tiempos está de moda y que además es raíz de la
esquizofrenia. La hipocresía (un criterio escondido) consiste
  en de decir una cosa y realizar la cosa
contraria. Este hecho característico, por ejemplo en las sociedades, un tiempo
autoproclamadas “civilizadas o cultas”, de Europa ( El Occidente).
Lo
ridículo del ser hipócrita es que en estricto sentido no se logra un estado,
por decir de alguna manera, de hipocresía pura, pues se trata del universo del
lenguaje y si bien que el lenguaje verbal puede ser fácilmente alterado o
falsificado el lenguaje no verbal (del corazón, de los sentimientos, del mundo
interior…) es muy difícil de alterar o falsificar, aunque no es imposible, pues
depende siempre del receptor (a quien se dirige, así muchas veces no es que nos
miente sino que somos nosotros quienes entendemos lo que queremos entender).
Con
respeto a la hipocresía existe la enseñanza clarísima de Jesús de Nazaret que,
como ningún otro maestro y sabio en la Historia, indicó la nocividad de la
práctica de la hipocresía y la condenó en quienes la habían hecho parte de su
vida (los hipócritas). Indicación y condena que no ha pasado de moda y que
además se erige como un principio luminoso de juicio con respecto al bien y a
la verdad.
La
sinceridad y la pureza del corazón no es una arte que se pueda aprender como se
aprende la lógica matemática, está al inicio y en las entrañas de la concepción
de cada uno de los seres humanos, lo aprendemos precisamente de los
sentimientos y del corazón de quienes tenemos cercanos. Cierto, que hacen mucha
falta escuelas para aprender este arte verdaderamente humano, que además define
la verdadera civilización y cultura, pero hacen más falta verdaderos maestros
del arte de la sinceridad en vez de los Herodes que se aferran hasta con la
uñas (no solo de las manos sino hasta de los pies) al poder para hacer, a fin
de cuentas, lo que les da la gana a ellos a sus dioses, eso sí, camuflados por
los “nobles intereses” e incluso algún sacrílego dice, defender los “santos
intereses”.