De
todos los policías ecuatorianos, que he visto, solo rescato tres, y especialmente,
reconozco y agradezco a uno, un caballero, en el sentido estricto de la palabra,
cosa que me parecería imposible -es mi opinión- encontrar en ese grupo, pues, la
mayoría (o la totalidad) de esos ecuatorianos enlistados como miembros policiales
están sujetos al mando superior, pero como si fuera un sometimiento de riendas,
bozal, freno y fusta.
No
puedo ocultar el pánico que despierta en mi interior con la presencia de esos
señores policías en la carretera o en otras instancias. El pavor es notorio y particularmente
intenso cuando no tengo algo en el orden -por pequeño que sea- pues esos
señores parecen adquirir justificación para su prepotencia y para el maltrato
de cualquiera; la ley se transforma para estos en la justificación para ofender
y si son oficiales –de rango alto- sus prepotencias crecen aun más
Si
es imperioso establecer leyes claras e inteligentes –cosa en la que fracasa el
sistema legal ecuatoriano- es igual o quizá más imperioso establecer procesos
educativos para los aspirantes al servicio policial. Una formación que indique
con claridad códigos de actuación oportunos y eficaces donde resalte todo el
carácter de humanidad, que les permita discernir en favor de la paz.
Todavía
me pregunto y pienso en esos infames policías que pegaron brutalmente y
envenenaron con gas lacrimógeno a mi Apo, hasta matarlo. El Apo era un mastín
napolitano fue criado con los niños de la parroquia San José de Quichinche -le
enseñaba a reza (a bendecir los alimentos)-, y si mordía a las gallinas o
molestaba a los terneros –por su instinto de cazador-, eso terminaba con
enseñarle un palo; luego se dejaba sujetar como un corderito.
Un
animal, como el Apo, humillado por esos monstruos, lo digo con relación a esos
policías que intervinieron en “la operación” y no por analogía de las palabras sino
en lo que significa el término monstruo, o sea un deformación: seres humanos
deformes. Que es mi teoría, también para el caso Restrepo, uno de esos
–policías, podía ser cualquiera- recibió licencia para desatar su despotismo en
forma violenta y criminal sobre unos muchachos que parecían ser quien sabe qué.
El
problema del comportamiento despótico, que siendo notorio en los personajes de
la policía –es mi percepción- no les es exclusivo, lógicamente, la solución depende
de los procesos educativos de la Policía Nacional del Ecuador, que debería ser
acordes con la Constitución de Montecristi: con el Sumak Kausay, especialmente. Pero, en definitiva todos los
procesos educativos deberían ser mas acordes con las realidades culturales
ecuatorianas, donde querámoslo o no aceptar todos tenemos un déspota dentro de
nosotros y nos hace falta despertar la conciencia para aportar en la construcción
de sociedades por paz.