El conducir un vehículo por Quito, en estos días, puede volverse un trauma pues hay que aguantar el letargo de las calles repletas del vehículos, de soportar la deshonesta apertura de algunas calzadas -en reparación- en fin el resignarse de percibir un misterioso sinsentido que parece pulular por todas partes: un sinsentido que parece ser la ausencia de una inteligencia que supiese planificar.
Por otro lado hay que testimoniar el lujo de conducir por algunas carreteras del Ecuador, pero ese gusto termina al llegar a las ciudades como Quito, que torturan al ciudadano, por ejemplo con el llamado Pico y Placa, que no tiene nada de original de las modalidades de otras ciudades latinoamericanas, esto es: prohíben la movilización de los automotores en las horas pico –las horas de más alta circulación vehicular- según los últimos dígitos de las placas.
La medida del Pico y Placa de Quito es irritante, traumática y estúpida: se detiene al infractor, con el conocido aptitud despótica que suelen ostentar los policías; se impone una multa casi de la tercera parte de un sueldo básico; se le retira de la circulación el vehículo; se le obliga al infractor (casi como un criminal) a tramitar el pago en los conocidos bancos y sus hileras; se lo somete a la sentencia inmediata de los vigilantes municipales y de los policías de tránsito, que ni cortos ni perezosos, han diseñado formas de ayudar a sus conciudadanos por medio de una vía alternativa (las coimas) que, para el caso, es lo mejor que le puede suceder al pobre olvidadizo de la normativa municipal.
Sin duda, que la experiencia del pico y placa de Quito como el tránsito capitalino es un grano de pus en la administración de la Revolución Ciudadana de la bellísima ciudad capital del Ecuador.