La margen de las polémicas desatadas entre los “americanistas” por los llamados “antiguos manuscritos Miccinelli”, donde consta el Exsul Immeritus de Blas Valera, se puede entrever claramente en los siglos trascurridos una historia oculta que, por ahora, no registran los cuadernos o los cuentos de los estudiosos, pero que está latente bajo la piel del mestizaje.
Blas Valera fue un jesuita, nacido de un capitán español y una mujer indígena de Chachapoyas de familia noble; cuando tuvo veintitrés años los hijos de Ignacio de Loyola lo admitieron en su compañía gracias a su conocimiento de las lenguas que hablaban los Señores en las tierras del llamado Perú.
Blas Valera es uno de los primeros religiosos provistos de los instrumentos para desarrollar las artes, a la forma europea y con la sensibilidad de las culturas que al tiempo del arribo español estaban reunidas bajo el gobierno de los incas.
El jesuita, capaz de escribir con la técnica de los quipus y luego traducir los textos al latín y al español, en sus escritos –perdidos o velados- descubre la escandalosa incoherencia entre la fe cristiana confesada y las formas prácticas del cristianismo en la vida de los españoles. El punto neurálgico de su indignación se encuentra en la pretensión de los hispánicos de vejar y quitar todo fundamento a las culturas existentes, vaciándoles de todo que pueda ser valioso e indicando su perversión.