El Ecuador es un sueño sin forma. El año 1831, después que los gamonales hicieran pedazos la Gran Colombia -una ilusión política de Bolívar, desconocida y no compartida- o mostraran sus verdaderos rostros los libertadores -Juan J. Flores, por ejemplo-, los señores de Quito, Guayaquil y Cuenca (no más de veintena) se reunieron en Riobamba y se hicieron su país: El Ecuador.
En aquel tiempo la oscuridad y la ignorancia, las enfermedades que azotaban la sociedad, eran perseguidas por algunos estudiosos quienes proponían un nuevo dios, mejor dicho un nuevo nombre de llamar al antiguo dios. Esos tiempos donde cabalgaba a plena luz la superación por las calles de todos los pueblos -como lo es ahora- sobre el lomo de los esclavos, hombres sinceros, confiados e con tal ingenuidad que parecían estúpidos, eran: “monos”, los que parecen astutos; “longos”, los que portan las cargas; y “jíbaros”, los que no llevan ropa.
¿Qué sueño informe es el Ecuador? Cuando los incas conquistaron la tierra y sus gentes ofrecieron el sol como luz para sus ojos; cuando los españoles sometieron a las gentes y explotaron las tierras les ofrecieron su dios a cambio del oro, la plata y las piedras preciosas; cuando los librepensadores (ingleses, franceses…) se estacionaron en algunas conciencias propusieron otros ser absoluto, un absoluto sin nombre buscado con métodos científicos empíricos; ahora los greengos y otras gentes importen el “mercado”… donde todos nacen para competir. ¿El Ecuador sigue siendo las ganas de un sueño no definido? Este es otra ceguera, un fundamentalismo ilusorio, un dogma sin trascendental: una mentira piadosa. Sin embargo, no es un fantasma es una realidad vital pero incógnita y “despreciada” en algunas conciencias, mientras che para los hijos es una realidad amada.