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Se ha establecido, como moda, antes del Domingo de Ramos, la campaña por la conservación de cierto periquito que habita en las palmeras silvestres. El pajarito no sobreviviría con el atroz embate de comerciantes, quienes con machete en mano acuden a los bosques a cortar los cogollos de las palmeras donde las pobres avecitas anidan. Las tiernas palmeras amputadas de sus troncos y arrancadas de los bosques son transportadas a los centros poblados para ser vendidas a los católicos, quienes las bendicen en la ceremonia del Domingo de Ramos.

El respeto a la naturaleza incumbe a todos los seres humanos. La conservación del medio ambiente y el cuidado de las especies –donde se incluye los loros y las palmeras de todo tipo- es responsabilidad de todos los seres que gozan de cierto uso de razón. Las campañas por el cuidado del medio ambiente tienen como finalidad provocar la conciencia de todos los hombres y establecer el compromiso del uso racional de la creación como parte de la cultura de cada pueblo.
En el Ecuador, país riquísimo en biodiversidad, el empeño por respetar y conservar el medio ambiente es mayor y, ciertamente, debe entrar como principio de su ley fundamental, que debería desarrollarse en las diferentes políticas de los gobiernos so pena de ser condenados como abusivos y negligentes (por ejemplo, evitar el uso del asbesto en los techos de las viviendas o el plástico en los utensilios desechables…), y no solo como algo limitante del uso o mal uso de algunos materiales o técnicas de explotación sino como una promoción que mire más allá de la mera conservación, que es decir bastante, sino acrecentar la biodiversidad.
Las bienintencionadas protestas ante la posible extinción del periquito que anida en los cogollos de la palmera no deberían ser solo focalizadas en los días próximos a la celebración de la Semana Santa o solo por ese pajarito o esa palmerita, pues se puede interpretar el sesgo reductivo e incluso perverso de acusar de ignorancia e irrespeto a la creación de parte de los fieles católicos. Lo asombroso de estas situaciones es la actitud de los guías de la comunidad cristiana–aunque, ciertamente, no debe sorprender este particular- que callan.
El universo es maravilloso, hecho con tal belleza, dotado de un orden que los seres humanos pueden descifrarlo y disfrutarlo, pero no someterlo al arbitrio técnico despótico. Es bellísima la palma para la celebración del Domingo de Ramos y más bello saber que hay fieles católicos (como los de Quichinche y Pataquí, aunque la realidad se podría extender en todo Otavalo, pero no a todos los habitantes obviamente) quienes tienen en sus tierras palmeras sembradas por sus abuelos expresamente para la celebración del Domingo de la Semana Mayor, estos ciudadanos incluso podrían comercializar las palmas y recibir de los sostenedores de las campañas ambientalistas cualquier incentivo.

Una de las estrategias efectivas ante la inaptitud es buscar un chivo expiatorio o levantar una cortina de humo o de viento. Cuidar la biodiversidad significa que este cuidado debe ser un principio trasversal de toda la actividad humana. Es ridículo reducir la actividad de la protección ambiental al llamado de atención de una palmerita y solo en unos pocos días cuando se mata un rio embovedándolo –por ejemplo- y no se promueve un desarrollo sustentable y respetuoso del medio ambiente.