Seleccionar página
En esta semana, mientras admiro el arte del cristianismo arriano plasmado en Rávena, antigua ciudad capital de imperio romano de occidente, me conmueve el imprescindible rol que tiene un ciudadano en relación con su cultura, también percibo el fanatismo que pervierte los mejores ideales. Al margen de esta vivencia en la ciudad italiana encuentro algunas noticias del Ecuador, que no me sorprenden pero me mueven a escribir. La primera la sarcástica promoción del Si con relación a la panfletaria consulta popular con respecto a las corridas de toros. Tal vez es lógico el pedido y justificable el concederlo, pero no puede ser tema de una consulta popular. ¡Qué desagradable, es solo mirar cuanto esfuerzo se pierda en semejante por la banalidad!
El segundo lugar, una vez más, al leer la noticia de un accidente de tránsito que sirve como recuerdo del problema del trasporte en el norte del Ecuador, que todos sufrimos: no tiene horarios y las paradas fijas suelen deambular. Este es el ámbito donde la ley la imponen los patrones, que no quiere decir que sean los usuarios sino los dueños del negocio, como recuerda en la ley de Otavalo que poner sellos en las puertas de los buses interprovinciales, mientras circunvalan la ciudad, para beneficiar a los negociantes locales… aparte de las vejaciones están las consecuencias de la negligencia de los choferes y la avaricia de los dueños de las unidades de transporte, que se mira y se siente en medio de la desgracia o en la infortuna de la muerte de un ser querido.
A la muerte de un ser querido en la carretera, por culpa de la incultura de los negociantes del volante, las compañías responde con sus abogados y al final del denigrante proceso (entre policías, jueces y peritos) se termina arreglando la desgracia de la muerte de un ser querido como si se tratase de tranzar el mejor precio con revendones del mercado mayorista. ¡Esto sí amerita un cambio de cultura, una consulta popular!
Reitero lo dicho en el artículo  Rafael Correa y las corridas de toros: ¿ociosidad, ignorancia o atentado? Y mientras aprecio estupefacto los desastres provocados por el fanatismos de los despostas europeos, Justiniano (482-565) por ejemplo, no puedo dejar de pensar en la educación como principio de una verdadera democracia, que compromete a todos especialmente, a quienes dicen defender a los pobres y promover las libertades.