Imagen de porcela mercado de Gallarate, 2011
El deprimido autor de Eclesiástico cuenta de sus amarguras, dice que nada nuevo hay bajo el sol porque él no es capaz de encontrar ninguna novedad; pero, para quienes crecimos y vivimos en las montañas sabemos que cada día tiene su brillo y sus amores.
Las grandes ciudades devoran el corazón de la gente y embotellan las ilusiones entre cristal supuestamente transparente y cloroformo. Los inmensos mercados cambian el sentir auténtico por imágenes de vida enlatada con conservantes y sabores artificiales. Mientras, el rostro de nuestros padres es más fresco y su bendición nos obliga a la coherencia, su tierra debería ser nuestra tierra, sus ilusiones nuestras ilusiones. Sí el tiempo retira a nuestros abuelos del camino es porque estamos nosotros para seguir ese camino, somos su empeño que no deberia abatirse.
Lo verdadera tragedia está en la orfandad y la esterilidad: tierra sin padres y padres sin hijos. ¿Quién podrá cantar las historias de los abuelos? ¡Sin el auténtico canto entra en el tiempo la carcoma de la muerte!
En mis años de infancia, conocí una de las pruebas del amor y la existencia de Dios más sorprendentes y simples: el cariño de mi abuela… ella solía coser en su máquina de manivela, junto a los ventanales de su casa de adobe y teja en Güitig, un pueblo panzaleo; muchas veces, me pidió insertara en hilo negro en el minúsculo ojo de la aguja y luego me regalaba como premio un pan que tenía dulce de leche y una rodaja de queso… y mientras cosía los debajeros que le encargaban, mi abuela solía cantar, por ejemplo: “Ojos azueles color de cielo tiene…” ¡Qué canto más hermoso!
La literatura hebrea y europea tiene su Biblia que cuenta la historia de sus padres también nosotros tenemos la historia de nuestros padres y esa es nuestra Biblia.