Coro iglesia del Incio, Lugo, España, 2010
Ferrería de Incio es un pequeño pueblo de Galicia, España, tiene la fama de sus fuentes medicinales, ricas en hierro que aseguran la recuperación de la salud de cualquier convaleciente de anemia, obviamente, si sigue el tratamiento que consiste en beber directamente del manantial tres veces al día; también, es conocido este pueblo como referencia del turismo rural, pues Ferrería de Incio, igual que otros caseríos, por la continua migración de la gente quedó un tiempo abandonado y esto permitió establecer una oferta de casas en alquiler para los días de verano y vacaciones de los habitantes de las ciudades.
Pero, entre la oferta de descanso de Ferreria del Incio, no se encuentra la capilla que es un canto al abandono: sus puertas desquiciadas; el techo de pizarra anuncia su abatimiento; las ventanas apenas dejan paso a la luz por la cantidad de polvo adherido al vidrio y causa espasmo la trémula sugestión de los dinteles fisurados; el piso crujiente exhala hedores de madera podrida… la celebración religiosa en esta capilla es distante, con esa distancia que advierte que terminaron los tiempos en que Europa tenía sacerdotes en abundancia. A la misma conclusión se arriba cuando se visita la iglesia de la Cruz del Incio, pueblo anterior a Ferrería, un templo grande de fábrica moderna, en su interior un bello presbiterio que sirve, igual que las imágenes, de sostén y soporte para el polvo y las telarañas, mientras el jardín de la parte exterior está con tanto olvidado, que apenas un jumento y su cría raspan la mala hierba.
El Incio, parte de la diócesis de Lugo, tiene como obispo -me dijeron- a un sobrino del Cardenal de Madrid y, seguramente, las necesidades y preocupaciones pastorales de esta iglesia son tan bastas que la desbordan y trastocan el cuidado de los pueblos pequeños como suele ocurrir también en el Ecuador; mas, el problema de fondo salta a vista: faltan sacerdotes y se siente cada vez más notorio la escasez de hombres verdaderamente comprometidos a la causa del ministerio sacerdotal de Jesucristo.
Al retorno de esta visita al Incio encontré dos sorpresas: la primera, la noticia de un amigo, sacerdote italiano, que se toma un año de suspensión de su ministerio; la segunda una carta publicada en internet donde otro amigo, sacerdote ecuatoriano, agradece sus años en el ministerio sacerdotal con carácter de irrevocable. Obviamente, es respetable las decisiones de uno y de otro pero me parece irreverente incluso presuntuoso olvidarse de aquello que suele repite un buen esposo: “prometo amarte y respetarte todos los días de mi vida… ¡todos los días! y no todos los días no buenos”. Qué duda cabe, ningún ser humano está libre de pecado, todos necesitamos de la misericordia que celebra la Eucaristía. Al leer estos comunicados vislumbro la imagen de aquellas iglesias donde el polvo y el abandono hacen crecer la tristeza.