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Puedo recontar la fiesta de esta manera: La memoria san Campio (306) es el motivo para que Valladares, parroquia del municipio de Vigo, España, ofrezca un festejo que inicia y termina con un juego de pirotecnia, que in crecendo desde explosiones aislados y sin armonía concluye con en sonoro y acompasado estallido.
El pregón de san Campio presupone que El Torreiro, la plaza central, se encuentre adecuado con las luces suficientes, engalanado con banderas y puestos para brindar bebidas, golosinas y juegos, con los palcos y escenarios para las orquestas y con las pistas de baile abiertas y dispuestas: todo para cuatro días de festejo.
La madrugada de las jornadas de fiesta despierta con una escuadra de limpieza que arregla cualquier desatino en el ambiente; a la media mañana suena la música de las bandas y las charangas, seguidamente se entonan cantos y la liturgia en la iglesia que terminan con procesiones y conciertos; por la tarde se ofrecen juegos y deportes; al caer la noche dos orquestas, por día, ofrecen espectáculo de sones latinos, gitanos y gallegos.
Aunque, los últimos tiempos, lo más famoso del festejo de Valladares está en los furtivos tronpos que organizan algunos apasionados del volante; la madrugada, cuando termina el programa oficial, entran los clandestinos pilotos con sus vehículos a la arena de El Torreiro para a base de pericia, acelerador, embrague y buenas gomas hacer de sus máquinas trompos mientras centenares de espectadores admiran y aplauden las piruetas.
Esta forma de contar el festejo me aburre y me parece absolutamente desabrida, debería imitar alguna forma de un buen escritor que construye una historia desde la fascinación del hecho simple -¿se puede llamar así a un hecho humano?- pero para lograr semejante destreza considero indispensable descender al mundo interior de los protagonistas entonces, por ejemplo, contaría la tenacidad, la iniciativa y la generosidad de uno de ellos, de sus ilusiones, de cómo ha llegado a querer a su tierra, con tanta y tal pasión como si sus días se quemaran en una sinfonía de explosiones que formaran un estruendoso pregón o un estentóreo epílogo.
…Oh pasión, oh pasión que das vida con tu sonrisa, que encierras millares de historias en un solo segundo, que atas al pasado la eterna inmortalidad y cantas tu victoria cuando suena el vibrante latido de un corazón. Mientras lloras con la impávida trashumancia de los días que preconiza el silencio absoluto sin nostalgia sin motivo de cuento, de esas vidas enteras marcadas con un estigma peor que el de la muerte. Pero estás tú, incluso en lo aburrido e insípida en forma de insistencia de sal y sabor (comienzo a escribir Los días del Glorioso).