Biografía

 

Retrato Fermín Sandoval

Fermín Homero Sandoval Ortiz, Aloasí (18.11.1970), sacerdote diócesis de Ibarra (1998).

Escribió, presento y defendió la tesis de doctorado: El conocimiento del Mundo. Un concepto de cultura según Clifford Geertz. Un estudio para la Teología Moral Fundamental (La conoscenza del mondo. Il concetto di cultura secondo Clifford Geertz. Uno studio per la Teologia Morale Fondamentale). Facoltá Teologica dell’Italia Settentrionale, Milán, 2014.

Bachiller Técnico-Industrial, Instituto Técnico Superior Aloasí. Bachiller en Humanidades Modernas Colegio Nacional Machachi. Bachiller en Filosofía, Facultad de Filosofía Eclesiástica. Universidad de Navarra. Licenciado en Ciencias Eclesiásticas, Facultad de Teología, Universidad de Navarra. Licenciado en Teología Moral y Espiritual, Facultad de Teología, Universidad de Navarra, España.

Estudios de Teología, Moral, Filosofía, Antropología Cultural, Sociología, Psicología. Miembro de la Casa de la Cultura núcleo de Imbabura, del Instituto Otavaleño de Antropología, del IOV (Instituto del Arte Popular) Viena,  de Ecassef Foundation, Bélgica-Otavalo, Corporación Cultura Taita Leonidas.

Encargos: Director de Estudios y Profesor de Teología Moral Fundamental del Seminario Mayor de la Diócesis de Ibarra. Profesor de Moral y Filosofía del Derecho Universidad de Otavalo.


Uno de los primeros cuentos que leí y que todavía recuerdo, por lo escalofriante, trataba de un niño cuya vida se desgastaba con solo tirar del hilo de un ovillo; eso hacia el muchacho cuando se sentía aburrido o percibía que el instante era desagradable; al final, aquel chiquillo gastó su existencia veloz y efímeramente sin ningún sentido ni propósito.

No puede haber obra más deliciosa que aquella que leí con mi madre, quizá por eso me resultan aún más fascinantes las realidades que se crean en Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez. No se puede esperar comprender al enigmático Borges a los diecisiete años y, mucho menos, entrar en las ficciones del maestro que descansa en una humilde tumba en el cementerio (mísero y casi polvoriento) de los reyes de Ginebra.

De los españoles, nacidos en la península, solo recuerdo las narraciones límpidas de Miguel Delibes y de José Jiménez Lozano; admiré el estilo de Paul Johnson y el colmillo vivo, incisivo e irónico de Miguel de Montaigne, pero fui fascinado por los autores del post-modernismo y estoy seguro que la lucha encarnizada es en contra de los fantasmas que sembraron en nosotros los sentidos, pues sin duda Wittgenstein demostrado que el ser humano es conjurado y embrujado por los propios sentidos.  

Mas el valor de recorrer las tierras foráneas y el contaminarse con lo ajeno no tiene motivo para existir sino fuese por el hecho de descubrir la palabra y el rostro propios; rostro y palabra que consagran la identidad que se escribe en la historia, por eso venero a José María Arguedas y a Leonidas Proaño, pues aunque el primero sucumbió ante la tensión de esa fuerza centrífuga que opera en una de las partes del mestizaje que denigra a su otra mitad, construyó un camino para mirarse con dignidad y orgullo, como quería Blas Varela, y sobre todo en silencio considero a Proaño, quien anunció que la redención acontece y se encarna en la historia concreta de un pueblo que se mira a sí mismo con dignidad, cuando los protagonistas aprenden a caminar con sus propios pies y a pensar con su propia cabeza.

Podrían acusarme de sarcástico, porque acojo la propuesta de Darío Fo que la risa nos sepultará; pensamiento malentendido como también lo es el nihilismo heideggeriano (que nunca en un punto de llegada sino de partida).  A todo aquello que se considera irrefutable y dogmático se lo puede liberar de las cáscaras y de las envolturas efímeras mediante la risa, así purificar el grano que da vida y dejar que la paja se la lleve el viento o ponerla en montones, para mezclarlas con el chocoto y hacer adobes, o quemarla junto a los rastrojos en las fiestas que anuncian la apertura de los cielos cuando llegan los últimos días de junio.