Yaraví de Leonidas Proaño

Tulipán. Aloasí.
Yaraví
en una poesía fechada en febrero de 1930, 
en la cual Leonidas Proaño trata, un tema recurrente en su obra: la
tristeza del indio. En la poesía el autor destaca la soledad que se enreda
envolviendo al ser humano y la  tristeza
que  le cobija como si fuese el manto
natural de su existencia. Toda la hermosura de la naturaleza siendo tan suya,
se le escapa y enajena hasta ser totalmente arrebatada, queda sólo el sino de
su deambular en el mundo: el sufrimiento. 
Una condena irreverente e indigna, pero ¿Por qué pesa sobre el ser
humano de la serranía ecuatoriana esa tristeza y ese destino? Esa opresión que
en el pecho de la víctima se hunde creando un pánico de angustia cuyo epicentro
en la certeza del mal que expande y agobia con su ser cada vez más fragrante y
abusivo, combinándose con la sepultura de la impotencia; todo ante la
contundencia del hecho que una y otra vez la realidad se repite y será la misma…
y cada vez con menos fuerza, más débil, más viejo, más solo. La melodía del
yaraví, característica de la serranía ecuatoriana, será el testigo y la expresión
propia de este sentimiento y de esa emoción de tristeza, soledad, impotencia y angustia
que intenta explorar Leonidas Proaño en su poesía temprana.        
Yaraví
Hay
en la cumbre mustia
de
la montaña,
como
un nido de mirlos
una
cabaña,
¡pobre
chocita,
que
un indio solitario
solo
la habita!
Allí
en su entrada, mientras
el
sol desciende
y
su enlutado velo
la
noche tiende,
triste
se siente,
triste
su vida llora,
                        triste lamenta.
Su
lánguida y sombría
                        ruda mirada
dejar
vagar un rato
                        por la hondonada,
                        meditabundo
después
al sol contempla
                        ya moribundo.
Y
una expresión de pena
                        cubre su frente
al
ver que el sol se oculta
                        por occidente:
                        ¡ay, él quisiera
que
el sol al otro día
ya
no le viera!
El
sol que ahora se oculta
                        ¡suerte inhumana!
ha
de alumbrar sus penas
también
mañana.
¡La
misma suerte
Los
mismos sufrimientos
                        hasta la muerte!
Nunca
en su pecho flores
                        de dicha brotan;
tan
sólo las espinas
                        nunca se agotan;
                        que la desgracia
estéril
torna al pecho
                        y el alma lacia.
Y
en su dolor profundo,
                        calma buscando,
lleva
la flauta al labio
                        triste llorando,
                        y entonces entona
un
yaraví que al monte
                        su mal pregona.
¡Melancólicos
sones
                        que lleva el viento
a
perderse en la altura
                        del firmamento!
                        ¡Tristes querellas,
que
el indio en su amargura
                        da a las estrellas!
Febrero
7 de 1930

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