Vivos o muertos, notas para una canción eterna (Poesía)

Me dijeron que el amor estremecía; / pero, /el amor consume y desata locuras. /Estas historias /gritan al oído /y desnudan los cuerpos / en ilusiones /que como el viento /solo cantan cuando hacen chocar objetos.

La marca desconocida de transeúntes anónimos

¿Cómo se entiende el dolor, /la ansiedad, /el hambre, /la sed /cuándo todavía nos hay palabras?

Se percibe como aflicciones penetrantes /que oprimen y provocan llanto, /risa o serenidad impávida.

El instante de dar nombre /a las marcas de las almas de los otros. /Nombrar las expresiones de los rostros ajenos /con nombres propios, /con el miedo desconocido e innato.

Demonios y otros vecinos

¡Sí! /El miedo, / ese primer demonio que se presenta, /que perdurará como un astuto y silente compañero, /que rechina al oído la impotencia, el dolor, la muerte, /la acechanza de aquel eterno rechazo /de quienes deberían habernos acogido y amado.

Cada instante se entrecruzan /aquellos ecos soterrados en la memoria; /afilan sus incisivos los mortíferos fantasma; /esos espectros /que dejaron en cada gota de sangre /los antropófagos, /esos vieron en cada uno /un trozo de carne para devorar, /les gustaba beber de la piel tersa, /tierna como la lechuga de un amado huerto.

Mientras aparecía, /el demonio de la ira y la posesión, /en cada zarpazo de rencor y de resentimiento; /allí caminan y vuelve a tras pisar los transeúntes, /los vagabundos, los muertos vivientes… esos que desean de marcar /con su mismo estigma la piel ajena, /mediante el fuego violento y abrazador /del deseo, de la fuerza y del exterminio.

Las caricias, los cuentos, esos latidos tibios /que hace dormir y soñar; /esas manos que hablan de la ternura infinita /se quedan vestidos y escondidos, /como si fuesen disfraces.

La suspicacia, /el peor de los demonios, /la mentira flamea como una bandera /sin dejar pactos ni refranes /solo máscaras y esfinges, /todo está roto y partido, /todo tiene una careta y una infundía.

La triste soledad y los maestros /construyen aquellas apariencias /para negar el propio corazón.

El instancia de los sentidos y la palabra

El agua, el viento, la terquedad y el olvido /gritan cada ocaso de sol. /Un instante de sentir el calor de las propias manos, /del aire que se inhala y se calienta… /¿Dónde estoy? ¿Qué hago? /Las texturas recubren la piel /y convierte en un dios /que crea desde ese caos, /desde esa inmensa nada adolorida, /compone una canción, /un poema: /mías son las manos mías son las piedras.

Notas para una canción eterna

Cada demonio, con su nombre. /Cada miedo, /cada máscara, /cada estigma, /cada trozo de carne… /cada oscuridad y neblina en un verso, /en un conjuro ante el odio y la maldad.

Podrán esclavizar a cada ser nacido de mujer, /podrán negarle su palabra /pero siempre está el agua, el viento, el dolor, el silencio… /para recordar que las piedras y las manos son propias.

Basta con uno que escape del redil de la muerte /y que cante, /como hacen los poetas, /esos dioses sin miedo a la censura, /al sacudón del demonio que hace de señor, /a la cadena que le asfixia y limita.

Ese dios que señala a los muertos y a los vivos, /a quienes les falta la palabra, /a quienes lloran, a quienes cantan, /a quienes escriben canciones eternas /con la luz de sus manos y de sus piedras.

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