Una labor para los egresados de la U. de Otavalo

Aplique puerta san Domingo, Legnano, 2013.
 
En
una de las redes sociales, los días pasados, a propósito de la calificación del
CEAACES a la universidad de Otavalo, un joven
alzaba su voz, con tintes de reclamo, porque -según él- los directivos
de la institución otavaleña no habían hecho lo suficiente para mejorar su
calidad.

 
La conversación, por desgracia, anegó en la recitación de los argumentos ya propuestos por grupos opositores en los primeros días de soñar fundar una universidad en
Otavalo.  
Mientras, se ignoran o no se visualizar uno de los
problemas
fundamentales para garantizar la calidad de cualquier universidad, es decir contar con académicos no
solo de fama sino de pasión por sus especialidades.
Tal problema no solo aflige a la
Universidad de Otavalo sino que es el problema de todas las Instituciones de Educación
Superior en el
Ecuador,
basta observar como afrontan ese problema las nuevas ¨super” universidades: Yachay,
Unae, Uniartes, Ikiam. La Universidad de Otavalo
cuenta con la colaboración de los amigos
del Instituto Otavaleño de
Antropologia pero los presupuesto no son algo para tener al margen,
no
es lo mismo que para esas universidades públicas que
tienen a portada de mano presupuestazos
y solo deben “justificar” en que gastan.

 
Algunos
pasos se han dado en las condiciones efectivas de la Universidad de Otavalo y no
me parece que se haya perdido el deseo de promover en Otavalo una universidad
propia, una institución que sea un espacio de libre pensamiento. Ciertamente,
que no es agradable encontrar delante del IOA
el estacionamiento de un bus pero eso
es lo de menos, lo que se necesita es de académicos de la tierra y esos
deberían ser los egresados.
Los egresados son quienes deben cultivar, paralelamente a sus profesiones, un ámbito de especialización en profundidad,
pero
no para sobrevivir sino, como sugiere Schopenhauer,
para conocer de que mismo trata eso que llaman “ciencia”.
 

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