¿Un justo pago para un extranjero déspota?
13 febrero, 2013
Una de las historias escalofriantes que he escuchado
y que aún hoy me espanta –porque es verdadera-
es el asesinato del español José Villageliu, ocurrida en Atuntaqui a
mediados del siglo pasado. Cuenta uno de los testigos, que en aquellos días,
todos los trabajadores estaban indispuestos, no solo por la falta de pagos o las
escuálidas estrategias empresariales de la Fabrica Textil Imbabura sino por el
malgenio y el despotismo del administrador extranjero, que –según alguno- fue
puesto a propósito para liquidar la empresa despechando a los trabajadores por
medio de maltratarlos.
Una de las historias escalofriantes que he escuchado
y que aún hoy me espanta –porque es verdadera-
es el asesinato del español José Villageliu, ocurrida en Atuntaqui a
mediados del siglo pasado. Cuenta uno de los testigos, que en aquellos días,
todos los trabajadores estaban indispuestos, no solo por la falta de pagos o las
escuálidas estrategias empresariales de la Fabrica Textil Imbabura sino por el
malgenio y el despotismo del administrador extranjero, que –según alguno- fue
puesto a propósito para liquidar la empresa despechando a los trabajadores por
medio de maltratarlos.
Un empleado, seguramente después de sufrir la
acostumbrada y grosera negativa, descargó un garrotazo sobre la cabeza del
español, con tal fuerza de hacerle saltar el ojo izquierdo fuera de la cuenca y
hacer precipitar todo su cuerpo de bruces por la escalera que da al patio.
Después de esto, se unieron a la lección de buenas maneras todos los trabajadores,
que obviamente querían devolver las gentilezas recibidas del extranjero, lo
patearon con un ímpetu descomunal que no terminó con amarrarlo sino con
depositar los andrajos de aquel desgraciado en la plaza central del pueblo,
donde culminó el arrastre y las muestras de cortesía por haber quitado el pan
de los hogares de muchas familias, como le hicieron notar las mujeres a aquel extranjero
malagradecido.
acostumbrada y grosera negativa, descargó un garrotazo sobre la cabeza del
español, con tal fuerza de hacerle saltar el ojo izquierdo fuera de la cuenca y
hacer precipitar todo su cuerpo de bruces por la escalera que da al patio.
Después de esto, se unieron a la lección de buenas maneras todos los trabajadores,
que obviamente querían devolver las gentilezas recibidas del extranjero, lo
patearon con un ímpetu descomunal que no terminó con amarrarlo sino con
depositar los andrajos de aquel desgraciado en la plaza central del pueblo,
donde culminó el arrastre y las muestras de cortesía por haber quitado el pan
de los hogares de muchas familias, como le hicieron notar las mujeres a aquel extranjero
malagradecido.
Este caso no es el único, en el que se recuerda un
castigo semejante y brutal a un extranjero déspota, también está el caso de
Huigra, donde se cuenta el fatal termino de un capataz norteamericano que
maltrataba a los empleados, durante la construcción de la línea férrea, incluso
negándoles el agua para beber, pero ese caso merece un cuento a parte. Lo
interesante, es notar que los insultos no se olvidan, ciertamente que se debe
perdonar pero quien vela y pone limites a aquellos déspotas que se creen dueños
del mundo, con licencia para humillar y despreciar a los más pobres, apoyados
simplemente porque han recibido –por fortuna o por maniobra- un encargo. ¿Será
que es un justo castigo para un extranjero déspota? ¡increible! Cuando, hay que
reconocer el sentido de respeto, de admiración y casi de pleitesía que de
costumbre ofrecemos los ecuatorianos a los visitantes, pero esta es la historia.
castigo semejante y brutal a un extranjero déspota, también está el caso de
Huigra, donde se cuenta el fatal termino de un capataz norteamericano que
maltrataba a los empleados, durante la construcción de la línea férrea, incluso
negándoles el agua para beber, pero ese caso merece un cuento a parte. Lo
interesante, es notar que los insultos no se olvidan, ciertamente que se debe
perdonar pero quien vela y pone limites a aquellos déspotas que se creen dueños
del mundo, con licencia para humillar y despreciar a los más pobres, apoyados
simplemente porque han recibido –por fortuna o por maniobra- un encargo. ¿Será
que es un justo castigo para un extranjero déspota? ¡increible! Cuando, hay que
reconocer el sentido de respeto, de admiración y casi de pleitesía que de
costumbre ofrecemos los ecuatorianos a los visitantes, pero esta es la historia.

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