Tropiezo siempre con Borges

En la tumba de J. L. Borges, Ginebra, 2012.

«Un
Hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que
agradece que en la tierra haya música.
El que descubre
con placer una etimología.
Dos
empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista
que premedita un color y una forma.
El tipógrafo
que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y
un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que
acaricia a un animal dormido.
El que justifica
o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que
agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere
que los otros tengan razón.
Esas
personas, que se ignoran, están salvando el mundo.»
Jorge
Luis Borges, “Los Justos” (“La Cifra”, 1981)
Encontré
este poema de Borges, en uno de los intentos por ubicar un texto que este autor
argentino escribió sobre la teología, no precisamente para resaltar el valor
del contenido conceptual (el valor noético –¿qué palabreja verdad?-) sino para
sugerir se tomen en cuenta los escritos teológicos como geniales propuestas literarias
producidas por la imaginación de los seres humanos.
 “La teología –decía Borges- es la rama más
frondosa de la literatura fantástica” y es la cita que seguro despertó mi
apetito por saber que era eso de la teología. Obviamente, la respuesta no la he
encontrado en los aburridos sermones de los sacerdotes o en las aún más
aburridas peroratas de los profesores especializados, con excepciones
lógicamente. ¡En este campo hay tanto trabajo! Trabajo retrasado, cohibido,
desvirtuado… ante todo por el lenguaje hermético que cada uno de los autores utiliza,
para puntualizar que están en la onda “científica”. Con un poco más de
sabiduría normal o sentido común podrían decir lo mismo con palabras pobres
para que los pobres entendamos.
 

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