Tauromaquia: el único arte que excluye la mediocridad

El arte que no soporta la mediocridad es la
tauromaquia. La exigencia de la tauromaquia al torero -al artista- no se
encuentra en la muerte del toro sino en la promoción de la vida de este. Por
este motivo, el premio sublime al desempeño del torero, en faena taurina no son
las orejas y el rabo (del animal muerto) sino el indulto, y el retorno al campo
del toro después de pasar por la arena.

Mientras, que en los diferentes ámbitos humanos
cualquiera puede fingir ser artista o desempeñar un puesto- en la tauromaquia
no. Si existe el método para camuflarse de torero ese solo puede ser el
arriesgarse a ser torero: descender a la plaza. Para estar sobre la arena
taurina, el “torero” primero debe preocuparse de sobrevivir, que significa  enterarse de las acciones mínimas del toreo
en general (los trucos del oficio): la posición del cuerpo delante del toro, el
manejo del capote y de muleta, etc. 
Pero, de esto no resulta un torero, resulta un bribón (un mañoso) que
sabe las mañas para burlarse del toro y al final matarlo. ¡En este caso si que
es crueldad!

Un torero es capaz de entender al toro (una especie
de maestro de “psicología” del animal de lidia) y sacar sobre la arena lo mejor
del ejemplar, que es único. Allí, lo grande y majestuoso de una tarde de toros
con un gran torero: disponer de la posibilidad única de admirar a un ser humano
capaz de convertir incluso a un pedazo de hamburguesa (un pésimo toro) en la
muestra clara de la nobleza, del coraje, de la fidelidad (virtudes que solo en
el algunos seres humanos se puede encontrar). Y esto, ciertamente, es imposible
para la mediocridad que, a lo mucho, produce bribones.

Lo trágico es la confusión del público taurino o de
los espectadores (esto depende del nivel de la conciencia). El drama de no
darse cuenta de lo autentico. Confundir lo grande con los fantoches de turno. Y
esto, que se dice de los toros, se puede aplicar a todas las actividades
humanas, donde la mayoría son expertos (mañosos) en saber los trucos del oficio
ante un publico (infame) que no es capaz de diferenciar lo auténtico de lo
fingido, es más, delante de unos espectadores que les gusta deleitarse,
refugiarse y alabar los fantasmas, que les han metido dentro. Para colmo, estos piensan que tienen “ideas” propias y auténticas, que son libres.
     

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