El legado del Papa Francisco: El tiempo es superior al espacio

El legado del Papa Francisco: El tiempo es superior al espacio

La palabra legado proviene del latín legatum, que designa lo que se deja o encomienda a alguien. Deriva del verbo legare, que significa enviar, comisionar, dejar en testamento. En el contexto cristiano, el legado de una persona es aquello que ha sembrado en la historia, aquello que sigue actuando más allá de su vida o de su oficio. No se trata solo de un conjunto de doctrinas, sino de una dirección vital, de un modo de estar en el mundo que abre caminos y deja huellas.

El Papa Francisco

Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, Argentina. Hijo de inmigrantes italianos, se formó como técnico químico antes de ingresar al seminario jesuita en 1958. Estudió humanidades, filosofía y teología, y fue ordenado sacerdote en 1969. Se especializó en espiritualidad ignaciana y fue maestro de novicios, provincial de los jesuitas en Argentina (1973-1979), y más tarde rector del Colegio Máximo de San Miguel.

En 1992 fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires, y arzobispo en 1998. Fue creado cardenal por Juan Pablo II en 2001. Durante el cónclave de 2013, fue elegido Papa, el primero jesuita y el primero latinoamericano, asumiendo el nombre de Francisco en honor al santo de Asís, como signo de humildad, paz, opción por los pobres y, sobre todo, por el pedido para reparar la Iglesia.

El plan Cóndor en Argentina

El contexto de la dictadura militar en Argentina (1976-1983), parte del llamado Plan Cóndor en América Latina, marcó profundamente al joven Bergoglio. Como provincial de los jesuitas, se enfrentó al dilema de proteger a su comunidad sin comprometer su integridad. Su papel fue controvertido, especialmente en relación con los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics. Investigaciones posteriores demostraron que Bergoglio intercedió por ellos y por muchos otros, ocultando y ayudando a escapar a perseguidos. El propio Jalics lo exculpó años después.

Sin embargo, él mismo confesó que “no hizo lo suficiente”, revelando una capacidad de autocrítica y de memoria histórica que caracteriza su pontificado. A diferencia de una Iglesia triunfalista, Francisco propone una Iglesia que recuerda con humildad, no para acusarse sin fin, sino para no repetir la ceguera del poder religioso que calló ante la injusticia.

Doctrina Social de la Iglesia y una nueva comprensión de la realidad

La formación filosófica y espiritual de Francisco, profundamente influida por el pensamiento ignaciano y el magisterio latinoamericano, le permitió desarrollar una interpretación realista y encarnada de la Doctrina Social de la Iglesia. Su lectura parte de la convicción de que la fe debe tener consecuencias históricas, que la Iglesia no puede hablar de Dios sin hablar del ser humano concreto. Tres ejes marcan su pensamiento:

  1. Primacía de la persona sobre el mercado: crítica al neoliberalismo como modelo dominante.
  2. Justicia con los pobres y descartados: la opción por los pobres no es una moda pastoral, sino una exigencia evangélica.
  3. Ecología integral: el grito de la tierra y el grito de los pobres son uno solo (Laudato si’).

El aggiornamento del Vaticano II

El Concilio Vaticano II pidió una Iglesia en diálogo con el mundo, abierta, fraterna, sin miedo. Francisco encarna esta misión a través de su énfasis en la sinodalidad, la inculturación, el ecumenismo, y la reforma pastoral. Su pontificado puede entenderse como la aplicación madura del Concilio, superando resistencias que lo frenaron durante décadas.

Él no busca una Iglesia autoreferencial, sino una Iglesia samaritana, que sale al camino, aunque se ensucie. La clave está en desinstalar la comodidad de una tradición que ya no responde a las preguntas reales del pueblo. La tradición, bien entendida, no es repetición sino transmisión viva.

Por eso propone salir de los marcos de comprensión estrechos y emprender un camino de escucha y discernimiento, reconociendo que no se puede evangelizar lo que no se conoce.

El encuentro con Cristo: encarnación y oración

Francisco insiste constantemente en que la fe no es una ideología ni un moralismo, sino un encuentro con una Persona viva: Jesucristo. Ese encuentro cambia el corazón y genera una cultura nueva.

La encarnación no es solo un dogma, sino un principio de acción: Dios se hace carne en la historia concreta. Por eso, la oración no es evasión, sino discernimiento y mirada compasiva sobre la realidad. Solo desde la intimidad con Dios se puede actuar en la historia con sabiduría y justicia.

“El tiempo es superior al espacio”

Esta expresión, tomada de Evangelii Gaudium (222-225), resume toda una teología de la historia:

  • Lo importante no es ocupar espacios de poder, sino iniciar procesos duraderos.
  • El Evangelio se siembra y crece con el tiempo, como la semilla en el campo.
  • El protagonismo es del Espíritu Santo, no del control institucional.

Este principio es el corazón del legado de Francisco: una Iglesia sembradora, pobre, misericordiosa, que no se aferra a estructuras caducas, sino que acompaña los procesos vitales de las personas y comunidades.

Conversión pastoral y sinodalidad: de estructuras feudales a comunidades corresponsables

Francisco reconoce que muchas estructuras eclesiales siguen reproduciendo modelos clericales y feudales, donde unos pocos deciden y la mayoría obedece sin voz. Su propuesta es una verdadera conversión pastoral, que implica:

  • Un cambio de mentalidad, que es siempre personal y de raíz (radical).
  • Una corresponsabilidad real entre clérigos, laicos y consagrados en el anuncio del Evangelio.
  • Comunidades que celebren los sacramentos y la vida con alegría, cercanía y sencillez.
  • Una pastoral no obsesionada con normas, sino centrada en la dignidad del otro, en su proceso, en su historia.

El legado del Papa Francisco no es una doctrina nueva, sino una nueva forma de vivir el Evangelio en fidelidad creativa. Su estilo, sus gestos, sus palabras, y sobre todo, su impulso pastoral, quedan como testimonio de una Iglesia que quiere amar al mundo como lo amó Jesús: con misericordia, con paciencia, con verdad y con alegría.

Política ecuatoriana: del reciclaje de élites al compost ideológico

Política ecuatoriana: del reciclaje de élites al compost ideológico

En la política ecuatoriana actual, todo lo que no está alineado con el círculo de poder de turno se convierte, de inmediato, en “la basura del correísmo”. Así lo expresó sin reparos Mónica Arosemena, figura cercana al oficialismo, al referirse a Roberto Goldbaum, empresario y padre de la primera esposa del presidente Daniel Noboa. La ironía es brutal: se utiliza una etiqueta despectiva para atacar a alguien vinculado directamente con la familia del propio presidente. Este episodio ilustra el nivel de banalidad con que se instrumentalizan los discursos políticos en el país: las etiquetas no tienen contenido real, solo sirven para descalificar y excluir.

Pero quienes creemos en una política auténtica —una que se construye en el marco del Estado de derecho, el respeto a la Constitución y la promoción de la libertad— no podemos dejar de denunciar esta degradación del debate público. Lo que se vive no es una lucha entre ideologías, sino un reciclaje sistemático de élites y caudillos, donde las lealtades son cambiantes y el oportunismo es la única constante.

No importa el nombre del líder o el color del partido. Ayer fueron “lassistas”, “mahuadistas”, “hurtadistas”, “febrescorderistas”, “morenistas”, “ayalamoristas”; hoy son “noboístas”. Todos han representado la misma lógica de concentración del poder, desprecio por el pensamiento crítico y uso instrumental del aparato estatal para beneficio de sus propios círculos. Lo ideológico es apenas un decorado: los que se proclaman de izquierda hablan de justicia social mientras reproducen esquemas autoritarios, y los que se dicen de derecha defienden el libre mercado mientras protegen monopolios y privilegios.

En este contexto, la clase política ecuatoriana parece más útil como material de compost que como agente de transformación. Solo desde ese símbolo —el del reciclaje natural de lo inservible— podríamos pensar en una regeneración auténtica del sistema.

Educación: raíz del deterioro, clave del cambio

Sin embargo, esta decadencia política tiene una raíz más profunda: el sistema educativo. No basta con cambiar nombres en las papeletas si el ciudadano sigue educado para obedecer, callar y repetir. Nuestra educación, heredera de un modelo colonialista, no ha formado ciudadanos libres, sino súbditos: gente que acepta sin cuestionar, que no cree tener derecho a decidir y que ha sido convencida de que su lugar está en la pasividad.

Desde escuelas laicas hasta instituciones religiosas, se ha impuesto una pedagogía de sumisión, donde la crítica es peligrosa y la obediencia, virtud. La educación no ha sido el camino a la libertad, sino el mecanismo para reproducir castas: los que mandan y los que deben subyugarse. No es casual que, frente al fracaso ético de nuestra política, muchos miremos hacia las aulas: allí se gestan, o se inhiben, las virtudes ciudadanas.

Y aquí, los docentes tienen una responsabilidad ineludible. No podemos seguir tolerando la mediocridad pedagógica, el adoctrinamiento religioso o ideológico, ni la apatía moral de quienes deberían formar a las nuevas generaciones. El reflejo de este fracaso es una ciudadanía confundida, desmovilizada y sin identidad clara: una nación en estado larvario, que apenas atisba su propio rostro.

Libertad, dignidad, conciencia

El Ecuador no necesita otro salvador ni otra campaña. Necesita un giro radical en su conocimiento y responsabilidad de los ciudadanos, por tanto una revolución educativa que libere en lugar de domesticar. La política auténtica solo es posible cuando hay ciudadanos capaces de pensar, dialogar y ejercer su libertad con responsabilidad. Solo entonces podremos hablar de justicia, progreso y democracia sin que suene a mentira.

Y para eso, necesitamos menos consignas y más educación transformadora. Menos caudillos y más ciudadanos. Menos etiquetas y más verdad. Lo demás —lo que hoy se repite como farsa— que vaya al compost.

El rol de los medios: entre libertad y esclavitud

En este proceso, no podemos omitir el rol de los medios de comunicación. En su mejor versión, son pilares de la democracia: informan, educan, denuncian, equilibran el poder y amplifican las voces de los excluidos. Pero cuando se entregan al poder político o económico, se convierten en los nuevos amos del lenguaje, fabricantes de realidades paralelas, guardianes del relato oficial. Los medios pueden levantar a un pueblo o hundirlo en la ignorancia; pueden fomentar ciudadanos libres o producir masas manipuladas. Por eso, donde no hay prensa libre, crítica y responsable, no hay democracia, sino una esclavitud disfrazada de orden.

El amor: El liderazgo que nace del perdón

El amor: El liderazgo que nace del perdón

En el Evangelio de Juan (21,15-17), encontramos una de las escenas más conmovedoras del encuentro entre Jesús resucitado y Simón Pedro. Después del fracaso, de la traición, del dolor de la negación, Jesús no reprende a Pedro. No le hace un reproche directo. En cambio, le hace una pregunta sencilla y profunda: “¿Me amas?”

Esta pregunta, repetida tres veces, no es una simple insistencia. Es una oportunidad de sanación. Pedro había negado a Jesús tres veces. Ahora, Jesús le da espacio para afirmar su amor tres veces. Pero algo ha cambiado. Pedro ya no responde con el ímpetu temerario de antes. No hay promesas grandilocuentes. No dice que nunca lo negará otra vez. Ahora, responde con humildad, desde el reconocimiento de su fragilidad: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.”

El amor que se descubre en la fragilidad

Pedro ha descubierto algo esencial: no se trata de no fallar, sino de dejarse amar incluso en el fracaso. La fragilidad no lo descalifica; al contrario, lo vuelve más humano, más real, más disponible para recibir el encargo de Jesús: “Apacienta mis corderos… apacienta mis ovejas.”

Jesús no busca líderes impecables. Busca testigos del amor. Y los mejores testigos del amor son aquellos que han sido perdonados, que conocen el dolor de la caída y la dulzura de la misericordia.

Un modelo de liderazgo para la Iglesia

Esta escena es un paradigma para todo ministerio en la Iglesia. Ser pastores —en cualquier forma de servicio: sacerdotes, laicos comprometidos, catequistas, animadores de comunidades— no nace del mérito, sino del amor recibido y renovado. No somos llamados a apacentar desde la perfección, sino desde la comunión con Cristo, que nos levanta una y otra vez.

Un liderazgo auténticamente cristiano brota del discernimiento humilde: de saber quiénes somos realmente, sin máscaras, y de permitir que Jesús nos mire con amor, incluso en nuestras sombras. Así se forma el corazón del buen pastor: no en la dureza del juicio, sino en la ternura del perdón.

La identidad va más allá de ser parte de un grupo

La identidad va más allá de ser parte de un grupo

Pertenecer a un grupo o una secta no garantiza al individuo, en modo alguno, tener una identidad. La identidad va más allá de ser parte de una etiqueta o un membrete; implica la intencionalidad y el uso efectivo de la voluntad, así como la práctica del razonamiento.

La identidad es un concepto complejo que se construye a lo largo de la vida y está influenciado por diversos factores, como las experiencias personales, los valores, las creencias y las elecciones individuales. Ser parte de un grupo puede proporcionar cierta sensación de pertenencia y una referencia social, pero no necesariamente garantiza al individuo haber desarrollado una identidad.

El desarrollo de una identidad requiere una exploración interna, la reflexión sobre los propios valores y creencias, y la capacidad de tomar decisiones informadas y racionales. La identidad se construye a través de la autenticidad, la autorreflexión y la capacidad de actuar de acuerdo con los propios principios y convicciones.

Los individuos al pertenecer a un grupo pueden gozar de ciertos beneficios sociales y emocionales, también es esencial mantener la individualidad y la autonomía en el proceso de formación de la identidad. La identidad verdadera se basa en la comprensión y el compromiso con uno mismo, más allá de las afiliaciones grupales.

Sociedad de lo efímero

Sociedad de lo efímero

La sociedad contemporánea se ha caracterizado por la rápida difusión de la información y la influencia de las redes sociales, lo que ha llevado a una mayor valoración de lo efímero y la búsqueda de la atención inmediata. En este contexto, es cierto que algunas élites y figuras públicas pueden estar más preocupadas por agradar y ganar fama y notoriedad que por la calidad o el contenido de lo que transmiten.

Las redes sociales y otros medios de comunicación han creado un entorno en el que la atención se centra en la viralidad, los «me gusta» y los seguidores. En muchos casos, esto ha llevado a que las personas busquen generar contenido que sea atractivo y llamativo en lugar de enfocarse en la profundidad o la relevancia del mismo.

Además, en algunos sectores de la sociedad, existe una obsesión por la fama y la notoriedad, lo que lleva a las élites a buscar constantemente la atención y el reconocimiento público. Esto puede conducir a una falta de atención a los contenidos y a una priorización de la imagen y la popularidad.

Sin embargo, es importante tener en cuenta que esta tendencia no es exclusiva de las élites. La presión por destacar en un mundo cada vez más conectado y competitivo puede afectar a personas de diferentes estratos sociales. La sociedad en su conjunto está expuesta a una avalancha constante de información y estímulos, lo que puede contribuir a una atención fragmentada y a una valoración de lo efímero.

A pesar de esta dinámica, también existen personas y grupos que se dedican a promover contenidos de calidad, con sustancia y relevancia, y que buscan superar la superficialidad y la efimeridad. La clave está en fomentar actitudes de apreciación la profundidad, la reflexión y el análisis crítico, para contrarrestar la tendencia hacia lo efímero y cultivar una sociedad más informada y comprometida.

El ejercicio del poder en la identidad ecuatoriana

El ejercicio del poder en la identidad ecuatoriana

El ejercicio del poder en la identidad ecuatoriana es un tema complejo y multifacético que se ha desarrollado a lo largo de la historia de Ecuador. La identidad ecuatoriana se ha moldeado a través de una combinación de factores étnicos, históricos, políticos y sociales, y el ejercicio del poder ha sido una parte fundamental de este proceso.

En Ecuador, como en muchos otros países, el ejercicio del poder ha sido ejercido por diversas élites y grupos dominantes a lo largo del tiempo. Durante la época colonial, el poder estaba en manos de la corona española y de la élite criolla que colaboraba con el régimen colonial. La identidad ecuatoriana de esa época estaba marcada por la opresión y la explotación por parte de las autoridades coloniales: se engendra un particular despotismo desde el feudalismo europeo o español impuestos a los pueblos indígenas y posteriormente a los esclavos negros.

Con la independencia de Ecuador en 1822, se abrió un nuevo capítulo en el ejercicio del poder y la formación de la identidad ecuatoriana. Durante gran parte del siglo XIX, el poder estuvo en manos de caudillos militares y políticos regionales, lo que generó una fuerte fragmentación y rivalidades internas. La identidad nacional aún estaba en proceso de construcción y se caracterizaba por una diversidad de identidades regionales y étnicas.

A lo largo del siglo XX, Ecuador experimentó una serie de cambios políticos y sociales que influyeron en el ejercicio del poder y en la identidad ecuatoriana. Gobiernos autoritarios, democracias inestables, movimientos populares y la influencia de ideologías políticas como el liberalismo, el conservadurismo y el socialismo dejaron su marca en la forma en que se ejercía y se entendía el poder en el país.

Uno de los aspectos importantes del ejercicio del poder en la identidad ecuatoriana es la relación entre las élites políticas y económicas y el resto de la población. Ecuador ha enfrentado persistentes desigualdades socioeconómicas, con una concentración del poder y la riqueza en manos de unos pocos. Esto ha generado tensiones y conflictos en la sociedad, y ha influido en la forma en que los ecuatorianos perciben y se relacionan con el poder.

En las últimas décadas, el ejercicio del poder en Ecuador ha estado marcado por una serie de cambios políticos y movimientos sociales. Se han producido alternancias en el gobierno, se han promovido reformas políticas y sociales, y se han fortalecido los movimientos indígenas y otros grupos marginados. Estos cambios han contribuido a una mayor comprensión y reivindicación de la identidad ecuatoriana como un pueblo diverso y plural.

¿El ejercicio del poder en la identidad ecuatoriana ha evolucionado a lo largo del tiempo? Aparentemente, sí, pero pervive el despotismo endémico en la conciencia de los sujetos y en las estructuras sociales. La construcción de una identidad nacional sólida y un ejercicio equitativo y democrático del poder son desafíos urgentes para los ecuatorianos, que deben afrontar y superar el despotismo que aflije.