
Pentecostés
Pentecostés es la celebración del acontecimiento, que anuncia la existencia de la posibilidad cierta, de que cada ser humano puede alcanzar, si se lo propone, ser verdaderamente humano, mejor dicho, ser un hijo de Dios, a semejanza de Jesús, el primógenito de muchos hermanos.
El maestro de Nazareth, Jesús, enseñó un modo de vida, nuevo para su época y para toda época. Una forma de vida dedicada al cuidado de los demás, dar la vida por ellos, perdonandoles las ofensas, esforzandose, mediante el trabajo, para ayudar y compartir lo que cada uno es y lo que tiene.
El modo de vida cristiano surge unicamente de la desición intencionada del sujeto. Esto es, cuando una persona, mediante la consideranción paciente de la bendición recibida, compromete su existencia al servicio de los demás. Este servicio tiene como objetivo ser testimonio y anuncio, para que quien lo escuche descubra el don, que es en sí mismo, para la comunidad. Un compromiso que convierte a un ser humano en un testigo del amor creador y renovador del Padre.
El acontecimiento personal se hace realidad cuando cada individuo se cuestiona sobre el significado de las cosas y de los eventos, incluso de las palabras de uso común.
Estas inquietudes requieren las respuestas que rompan el círculo vicioso de mal, del acostumbramiento, de la resignación y de todo que son signos de la presencia de la muerte y de pecado.
Las respuestas auténticas, las que valen, deben llevar a cada pesona a descubrirse como el actor de su propia historia; esto es, de comprender el don a él ofrecido, que suyace en su propia existencia y tiene que dar frutos en la comunidad.
Los frutos de cultivar el don recibido no es sujeto al tiempo, ni a las condiciones, muchas veces dificiles y hasta trágicas. Estos frutos permiten entender aquello que es la bondad, la misericordia y la compación, todo aquello que crea vida, que la cuida, que la promueve.
La solemnidad anual de Pentecostés celebra aquella oración comunitaria de María, la madre de Jesús, y aquellos discípulos, timoratos e incrédulos, que aún siendo testigos de la resurrección del maestro guardaban dudas y se paralizaron al sentir el miedo ante la muerte, la iniquidad, la maldad, la innomia. Todo lo superaron con aquella fuerza surgida de la presencia del amor vivificador del Padre: el Espiritu Santo.
Se puede afirmar con seguridad que la oración es el instrumento maravilloso, para el renacer (el segundo nacimiento) a cada hombre en el mundo. Los verdaderos hijos de Dios son aquellos que se despiertan y se compromente a ser hombres y mujeres; por quienes toda la Creación gime y está en espectativa.
Los hijos de Dios testifican el amor del Padre en la comunidad y en historia; estos son hombres y mujeres cuyo vida se desgata en la construción y en la edificación de sociedades más justas, más humanas, más de Dios. Respondiendo así, de la única manera posible, al amor del Padre que es la fuerza que convoca a la existencia a todo viviente.
La solemnidad litúrgica de Pentecostés celebra el hecho cierto de que el ser humano puede renacer como hijo de Dios; un hecho que no es ficticio o imposible sino una ralidad al alcance de todos.

Tú… te vas... de Leonidas Proaño
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