
No hay “vino” bueno: La Iglesia en el Ecuador
Los católicos ecuatorianos perciben, en estos días, una problemática yacente al observar la dificultad de elegir un nuevo arzobispo de Quito. Tal meollo estaría incoado por las graves lagunas existentes en los pastores, comenzando de su falta de cuidado para la celebración eucarística (“fuente y culmen de la vida cristiana” LG 11) al no proveer la capacidad en los celebrantes de distinguir aquello que es vino de lo que no lo es (que ha llevado incluso a decir la fórmula de consagración sobre bebidas dichas “vino” de manzana o de naranja), o la no promoción de la palabra propia en los bautizados (que sería igual a la promoción de la libertad) hombres y mujeres, como se observa en pastores extranjeros, que han ocupado sedes episcopales, y que siguen “hablando por los que no tienen voz” en vez de dejar que sean ellos, “los que no tiene voz”, por si mismos, se expresen, contrariamente han promovido círculos de zombis, vampiros y caníbales, usando una metáfora, lógicamente.
El encarar una dificultad por parte de la clerecía requiere, obviamente, aceptar o dar por supuesto que existen individuos capacitados para afrontar tales o cuales dificultades; pues, ciertamente, una gran cantidad de sacerdotes en el Ecuador –en las últimas décadas- fueron formados bajo el slogan: “lo importante es que sean piadosos” . Cabe investigar, también, si los “pastores” tienen a su alcance y disposición los insumos necesarios para reconocer y comprender las problemáticas; pues, si ya resulta difícil a nivel general, en países como el Ecuador, en los cuales no solo se lee poco sino que parecería se promueve una abyección a la lectura y a los que leen, parece utópico: muestra clara de esta lacerante realidad es la inexistencia de escritos y de escritores que se ocupen de indagar y publicar; contrariamente, se establecen figuras “sacrales” determinantes de lo “verdadero” y de lo “falso” desde una luz mística adjunta a la autoridad encargada.
La violencia adjunta al ejercicio de la autoridad, borra sin tapujos el uso del argumento y, por tanto, de la dignidad humana. Si esto es reprobable en el desempeño del poder en las sociedades es merecedor de ir al “infierno” el actuar así en la institución eclesial, mas y por desagracia ha sido un nido de no sé que.
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