
Mandrágora: la planta del elixir del amor
El amor parece más a un galleta de mantequilla que otra cosa. El amor se presenta con la imagen de algo sabrosísimo; algo que despierta el apetito, con las ganas de consumirlo cuyo impulso ciega. Eso enseñan los mastines o cualquier animal; esos perros no entendían razones cuando estaban en tiempos de apareamiento.
Observar a los perros, en sus etapas apareamiento, no significa conceptualizar la unión humana al mismo nivel: el amor como impulso animal como un incógnito e irrefrenable mezcla de “pulsiones primarias”. Freud y los autores de las líneas filosóficas que los sustentan se arraigan en las creencias religiosas antiguas confunden el hecho humano o el feno,meno por seres humanos (como diría Vico).
Se debe enseñar a preguntar y es necesario
reflexionar para responder (lo proprio de la filosofía) precisamente eso es el
amor. ¿Qué cosa es lo que siento? Un apetito que como los otros debe ser
configurado para aprovecharlo, para disfrutarlo, pues es una bendición como los
otros dones.
La mandrágora es una planta que al principio era
considerada como el “fruto de la pasión”, pues creían los antiguos habitantes
de las riveras del Mediterráneo que el jugo de las raíces de esta solanacea era
capaz de hacer nacer el amor y favorecer la fecundidad; pero, con el tiempo se
descubrió que es una planta venenosa. Lógicamente, la figura poética, en mi
opinión, es bellísima, pues recoge lo fundamental del ser humano que inspira o
le puede hacer daño. Pero, ciertamente si le hace mal no es posible que sea
amor, pues el amor crea, da vida o tal vez ¿se puede convertir en un veneno?
Nunca, porque el amor no daña. El amor supera la muerte y ese es su sello de autenticidad. Aprender
esto es como aprender a morir o aprender a ser verdaderamente libre, que es lo
mismo.
Un papa elegido no de entre los cardenales
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