Madre Tierra de Leonidas Proaño

Madre tierra, dibujo Fabián Latorre, Quedan los árboles que sembraste, 1984.

 Los sentidos traducen
lo mudo en palabras, todo condicionado por los significados adquiridos por el
sujeto, así se realiza la maravillosa metamorfosis entre las sensaciones, su
comprensión -mediante unos significados personales- y las palabras, que puede
ser las imágenes construidas en un verso, en una piedra o en el viento.
Madre tierra es una poesía de Leonidas
Proaño, en la cual comparte una reflexión ética, de semejanza entre el ser
humano y la tierra, una opción por el trabajo silente y el cultivo de una
aptitud abierta a los dones que se puedan encontrar en situaciones diversas. Se
puede, también,
 indicar la efectiva crítica
al deseo ciego de la pretensiones que ejerciendo un poder cierto no tienen
fustes, igual que las quejas paralizantes e infructuosas, como también la
envidia, que termina dañando todo la organización; sobresale, aquella experiencia
de oscuridad de la raíz en la tierra, una raíz que sostienen la entera planta,
la alimenta y siendo tan fundamental queda oculta. Ciertamente, es una figura difícilmente
de asir, por eso el autor, resalta algunas características que aun así, se le
escapan como es la relación tierra – agua – gratitud.
       

Madre
Tierra
Hijo, si como yo
fecundo,
quieres ser en la
vida,
sé como yo, tierra
y nada más que tierra,
sin vanas
pretensiones, sin quejas, sin envidias.
Escucha hijo,
jamás habrás oído
que los sabios
dijeran
que hubiese yo
querido –estúpida locura-
ser astro o ser
estrella.
Contenta de mi
misma,
recibo lo que el
cielo quiere darme:
a veces sol y a
veces lluvias.
No grito, si las
nubes me ocultan el semblante
del sol o de la
luna.
No me asusto
si la tormenta
brama;
no me quejo
si los torrentes
desgarran mis entrañas.
Cuando llueven las
nubes
gotitas suaves de
sabrosas aguas,
si vieras cómo
bebo,
sorbito por
sorbito, con deleite y sin ansias.
Cuando las nubes
lleven
torrentes de agua
que anegarme quieren,
en paz me río de
su empeño vano
y bebo a grandes
sorbos los torrentes.
No me turbo por
nada: mi fuerza es el silencio,
ese silencio
humilde en donde Dios enseña
que somos
criaturas sacadas de la nada
y que El es
siempre Padre del cielo y de la tierra.
En la tormenta
espero, espero, siempre espero
que ha de brillar
un día de sol esplendoroso…
y nunca, hijo,
nunca me engañó la esperanza,
y nunca, hijo,
nunca desespere del todo.
Y cuando el sol ya
alumbra,
mis senos se
dilatan, mi corazón palpita,
con que paz en el
alma,
¡con qué íntima
alegría!
 Y entonces agradezco: en suaves espirales
de lo hondo de mi
pecho hacia los cielos sube
una oración
humilde, cual humo del incienso,
vapores tenues,
leves, que pronto serán nubes.
Hijo, sé cómo yo;
Dios sabe
premiar a los
humildes.
Hijo, sé
agradecido
y los dones de
Dios en paz recibe.
Hijo Dios sabe mandar
sus gracias en amables lluvias,
o a modo de
tormentas furiosas y terribles
y hace brillar su
sol después desde la altura.
Si las lluvias
arrecian,
espera, hijo,
espera,
guarda tu paz en
el silencio humilde:
el sol calentará
tu pobre tierra.
Y si la sequedad
te vuelve exhausto,
y si tienes
resecas tus entrañas,
llegarán las
lluvia hijo,
y entonces
saciaras todas tus ansias.
1936

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