Lluvia de Leonidas Proaño

Hielo en la madrugada camino al pico norte del volcán Rumiñahui, Cantón Mejía.

Era capaz de
capturar y comprender lo eterno de la tarde, en la ingenuidad que estruja todas
las riquezas de los continentes. Todo aquello que no era mío se entregada en
posesión perpetua como un solo respiro, no era la idea del sabio o entendido
sino la sabiduría infinita del poeta, aquella que da vida, la custodia, la
pregona, la dibuja, la canta… Leonidas Proaño compone un poema que denominará
Lluvia, entre 1930-1936, estructurado en
dos momentos; el primero caracterizado por una figura vigorosa acerca de la
lluvia y el segundo, muy elaborado en la puntuación y emparejado al precedente,
de corte místico al estilo de Juan de la Cruz, con clara semejanza de abordar
la temática de la oración a la escuela carmelitana, pero centrado en la
Eucaristía: “Sobre el ara, en pañales de blancura, / entre harina escondiendo
su hermosura, / nacía el sol del Amor, Cristo Jesús”. ¡Sin duda, una de la
pieza hermosa!
         
Lluvia
Palidecía el cielo…
era la aurora.
Despierta ya la
tropa voladora
a Dios enviaba su
primer canción;
por Oriente, ¡Que
bellos resplandores!
¡en pañales de
lises y colores
grande y hermosa
se asomaba el sol!…
Del fondo, allá,
del valle humedecido,
cual la oración de
un pecho agradecido,
brotó con
profusión vaho sutil,
que de la tierra
en alas, hasta el cielo,
por el diáfano
azul… ¡oh, yo lo vi!
Y después, el
vapor, ya nube hermosa,
de confín a confín,
cuan majestuosa,
sus grandes alas ¡yo
le vi extender!
Y desgarrando su
fecundo seno
el don precioso de
que estaba lleno
sobre los campos
empezó a llover.
***
Y yo vi está
mañana… era la aurora.
Hincado de rodillas
al Dios que adora,
cantaba un canto
alegre juventud.
Sobre el ara, en
pañales de blancura,
entre harina
escondiendo su hermosura,
nacía el sol del
Amor, Cristo Jesús.
Del fondo, allá,
del pecho agradecido,
como vaho sutil,
humedecido,
una oración brotó…
¡una oración!
que en alas del
amor levantó el vuelo
y, atravesando el
azulado cielo,
llegó animosa
hasta los pies de Dios.
Fue la oración por
vos… desde allí henchida
de riquezas ya
baja convertida
en nube hermosa. ¡Oh
Dios! ¿Si lloverá?…
¡Ah! Sí, que ya
desciende. Que os inunde
en gracias y
favores; que fecunde,
oh Padre, vuestras
siembras, ¡esperad!…
En el Seminario
Mayor, 1930 – 1936.

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