La sepultura de un profeta (Carlo María Martini)
4 septiembre, 2012
Aquella
tarde,
tarde,
el
cirio pascual lucía un flama hermosa… brillante,
cirio pascual lucía un flama hermosa… brillante,
aunque
era pequeña y solitaria,
era pequeña y solitaria,
entre
las luminarias y reflectores encendidos,
las luminarias y reflectores encendidos,
vitrales
coloridos… y puertas abiertas de par en par.
coloridos… y puertas abiertas de par en par.
La tarde
–al principio- nublosa: llovía.
–al principio- nublosa: llovía.
El
espacio de la catedral repleto de alientos diversos,
espacio de la catedral repleto de alientos diversos,
los
cuerpos sentados, silentes… orantes.
cuerpos sentados, silentes… orantes.
Los
hablantes, maquillados, se confundía con la tonada,
hablantes, maquillados, se confundía con la tonada,
una
música espesa, vieja, lánguida, melancólica…
música espesa, vieja, lánguida, melancólica…
artificial…
casi muerta o peor que muerta,
casi muerta o peor que muerta,
como
esas “palabras” dichas escondiendo la cara,
esas “palabras” dichas escondiendo la cara,
heladas…
engendros… espectros… migrañas.
engendros… espectros… migrañas.
Mas
el silencio acogía cada latido atónito,
el silencio acogía cada latido atónito,
el
silencio brillaba también como la flama…
silencio brillaba también como la flama…
Sí,
desde ahora, te encontraremos en el Silencio,
desde ahora, te encontraremos en el Silencio,
en
la alegría de la pequeña llama también sentiremos tu voz.
la alegría de la pequeña llama también sentiremos tu voz.
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