La pena de muerte: la pesadilla de Rosana

Dormía,
todo estaba oscuras, de repente entró un extrañísimo resplandor que se
interrumpía con sombras de movimientos, entonces apareció otro brillo diferente, era el reflejo de dos cucharas metálicas, redondas y cóncavas que aprisionaron
mi cabeza, como si fueran dos tenazas de dentista que aferran la muela del
juicio para extraerla. Esos garfios agarraron y presionaron despótica, feroz y
despiadadamente mi cráneo a tal punto de reventarlo, de hacerlo estallar como
un huevo que se desparrama entre las manos dejando una viscosa mezcla de la
clara y la yema. Mi rostro apenas esbozado se perdía para siempre, desaparecia como un trozo de hielo en la colada caliente. Mi sangre y mis sesos se
confundían con el agua que me rodeaba –todavía recuerdo la tibieza de aquella agua- después, en
algunos viajes, terminaron de despedazar mi cuerpo…
Al
final, no era yo quien escribía, porque yo soy un susurro, la imagen bella de
dos pies que caminan y juegan en la arena, en el pasto, en el agua… unas manos
que se estremecen cuando acarician… Sí, yo soy, él que me meto a escribir en
dedos ajenos… ahora soy una ilusión.
Fui un
criminal, aparecí en un vientre ajeno, en un vientre que no estaba ni alquilado ni pensado para mí. Un criminal inoportuno, eso fui, y por eso me condenaron a
muerte y me ejecutaron… Fui un criminal, me metí en vidas ajenas sin ni
siquiera quererlo o desearlo, y este crimen atroz se paga con la vida; al criminal se le aplica sin aplazamientos la pena capital;
lesioné los interés de otros y debí morir por eso,
en esa forma de ejecución para escarmentar a los criminales como yo. ¡Que
pesadilla!

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